Se muestra muy ufano nuestro buen Cocomocho con la no investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, pues contra toda evidencia --todo parece indicar que es Pedro Sánchez y su partido, el PSOE, los que le están amargando la existencia al líder del PP--, se la adjudica. A él, a sus ocho diputados y a los políticos catalanes en general. Hasta ha patentado un concepto para su gran éxito: la bofetada catalana. Sigue así la estela del gran Quico Homs, quien hace unos días nos obsequiaba con uno de sus habituales tuits fachendas, en el que blasonaba de sus ocho escaños y de lo valiosos que eran a la hora de investir a Mariano. Hay que ver los esfuerzos que hacen algunos para disimular su irrelevancia.

El sabio de Taradell no parece darse cuenta de que los buenos viejos tiempos de Jordi Pujol han quedado muy atrás, ni de que el papel de bisagra que antaño interpretaban los nacionalistas en Madrid lo encarna ahora Ciudadanos. Ya no estamos en los años del célebre peix al cove, cuando Papá Pitufo ofrecía sus escaños al PP o al PSOE a cambio de cosas razonables: un par de competencias nuevas, el blindaje de alguna ya existente, unos milloncejos de los que poder sustraer el preceptivo 3%... Ahora, lo que queda de Convergència pide la luna a cambio de sus escasos votos, o del referéndum de independencia, que viene a ser lo mismo, como si fuese un adolescente que le exige a su padre un Ferrari por haberlo aprobado casi todo en junio. Habría que adecuar las exigencias al poder que uno tiene, pero los convergentes se han puesto maximalistas por culpa del Astut sin que nada aconseje adoptar actitud tan temeraria y sobrada. Bastantes problemas tienen con hacerse oír desde el gallinero del Congreso.

La triste realidad de los convergentes es que ya no pintan nada a nivel español y que llevan camino de pintar cada vez menos a nivel catalán. Cuando Artur Mas pasó del autonomismo quejica al independentismo bocazas se cargó la máquina de ganar dinero y poder patentada por Pujol en sus buenos tiempos, cuando aún no se sabía que el Molt Honorable y su familia eran una asociación de delincuentes. Los sucesores del Astut, en vez de volver a la posición de salida, siguen el camino por él trazado, un camino que solo lleva a la inhabilitación y puede que al talego. A Puigdemont y a Homs les encanta hacerse el chulo y aparentar una influencia de la que carecen. Si son felices adjudicándose la no investidura de Rajoy, para ellos la perra gorda y que con su pan se lo coman. Supongo que es mejor eso que asumir la progresiva irrelevancia de su partido, asediado por ERC y la CUP y reemplazado en Madrid por los de Albert Rivera. Renovarse o morir, dice el refrán, pero ya deberían irse dando cuenta estos dos de que a veces renovarse es morir.