La respuesta del Gobierno del PP con la aquiescencia del PSOE y Ciudadanos al movimiento de pausa y confusión institucional planteada por el presidente de la Generalitat para ofrecer tiempo a la mediación o la negociación deja poco margen de maniobra. Vuelva usted a la legalidad y una vez en el redil, ya hablaremos de hablar de algunas cosas. En eso consiste realmente el ultimátum enviado ayer en formato de requerimiento previo a la activación del artículo 155 de la Constitución. Rajoy pretende la rendición incondicional de Puigdemont y toda su gente, algo insensato dada la fuerza social del independentismo.

En todo caso, Rajoy cumple una vez más con las expectativas del Gobierno de la Generalitat. Este hombre es una mina de oro para el independentismo: salvó el 1-O en el último minuto provocando una salvajada policial contra una convocatoria deslegitimada por los propios organizadores al decretar el censo universal y entregar la organización a las entidades defensoras del sí y, ahora, ofrece a Puigdemont la carta del victimismo y la exclusiva del diálogo como último recurso de justificación de una huida hacia el fondo del callejón, lo que le permitirá reconectar con la CUP y con todos los defraudados por la escenificación surrealista del Parlament.

Rajoy pretende la rendición incondicional de Puigdemont y toda su gente, algo insensato dada la fuerza social del independentismo

La coalición virtual de PP-PSOE-Ciudadanos, a pesar de sus diferencias sobre el alcance de diálogo, opera con la suposición de que no hay salida por el otro extremo del callejón. Así se lo deben haber insinuado las cancillerías de las principales capitales europeas y americanas. Y así de tranquilos están los señores del consenso del Estado de derecho, una vez expulsado de este reino a los revolucionarios de Podemos. Esta hipótesis no va a desanimar a los dirigentes del independentismo acorralado que van a jugar sus últimas cartas para evitar ser señalados como traidores. El movimiento soberanista tentará de nuevo en la calle a los partidarios de la represión, buscando el aliento de las portadas de los medios de comunicación de ámbito internacional y confiando que los respectivos gobiernos ablanden su corazón ante la injusticia, la negativa al diálogo y la persecución judicial a las que se ven sometidos sus dirigentes.

Saltar el muro del callejón es una decisión arriesgada pero es la disyuntiva que planteó ayer Rajoy como alternativa a la rendición constitucional. La clave es saber dónde habrán fijado los socios de España el límite de lo democráticamente soportable para derrotar legalmente a los independentistas. Posiblemente no se haya concretado porque podría ser tan solo una sensación ética y moral, incluso modificable según el desarrollo de los acontecimientos; por eso Puigdemont y Rajoy lo tantean continuamente para decantar la batalla antes de que sea demasiado tarde para sus respectivos intereses.

La clave es saber dónde habrán fijado los socios de España el límite de lo democráticamente soportable para derrotar legalmente a los independentistas

La perspectiva no es buena en ningún caso. Si Rajoy obtuviera la rendición de Puigdemont y este volviera a la senda constitucional, se crearía una bolsa de radicalización soberanista que superaría en mucho el ámbito y la magnitud de la CUP, un sector que no se contentaría tan fácilmente con los posibles réditos de la limitada negociación que augura la Carta Magna y que tal vez si pudieran relajar a la centralidad moderada. Si Puigdemont mantiene el pulso, tras el rechazo a su pausa para dialogar, las consecuencias institucionales y penales de su revuelta marcarán la política catalana y española por décadas. La desconfianza reinará entre un alto porcentaje de catalanes dolidos por la derrota que no se resignarán a su suerte. Preguntarnos como hemos llegado hasta aquí, es una pregunta que puede esperar, aunque todos tengamos nuestra respuesta. Saber dónde está la salida, no. La solución pase por desentrañar el atractivo misterio que esconde la negociación.