La desgracia de los eslóganes con gracia es que persiguen a sus autores. Esto es lo que le sucederá muy probablemente al presidente Carles Puigdemont con su más reciente profecía política para culminar la inestable hoja de ruta independentista: "Referéndum o referéndum".  De no cambiar radicalmente la posición mayoritaria de las fuerzas políticas en el Congreso, en el actual o en el que vaya a sucederle, la hipótesis de un referéndum con eficacia política y jurídica es prácticamente nula. Sólo quedaría, pues, la opción del referéndum de la desobediencia, ahora descrito como vinculante según los cánones internacionales. Lo que supondría un error de consecuencias nefastas para el movimiento independentista. Pero habrá quien lo propugne, llegado el momento. Entonces, el eslogan será "referéndum o elecciones". Este es ya, aunque no vaya a oficializarse hasta el próximo verano, el verdadero dilema entre las familias indys.

Y tiene su sentido. Se trataría de retornar al año 2014 y al famoso 9-N, el origen de la actual desorientación de los partidos y entidades independentistas y causa de una crisis interna monumental entre la vieja CDC y ERC que dejó secuelas. En la intimidad, ninguno de los actores niega que, en aquella circunstancia, una vez prohibida la consulta solemnemente convocada por Artur Mas, lo que correspondía era la convocatoria de unas elecciones para la fecha de la consulta anulada, como apuesta segura para capitalizar electoralmente el descontento provocado por la decisión del TC, solicitada por el gobierno Rajoy. Mas se resistió y optó por la celebración de una fiesta de la democracia, un proceso participativo que no llevó a ninguna parte, salvo a la presentación de su candidatura como héroe nacional en caso de confirmarse su inhabilitación.

Asumiendo la lección de la pésima gestión de 2014, el independentismo evitará organizar una consulta popular ineficaz, como sería un referéndum unilateral, para convocar unas elecciones calificadas como las "definitivas"

La situación en 2017 será muy parecida pero no idéntica. El Estado se habrá negado de nuevo al referéndum pactado, pero asumiendo la lección de la pésima gestión de 2014, el independentismo evitará organizar una consulta popular ineficaz, como sería un referéndum unilateral, para convocar unas elecciones calificadas como las "definitivas". La gran diferencia con el 9-N es que el Parlament dispondrá de la ley de transitoriedad jurídica, una novedad que dará alas a la credibilidad de la iniciativa entre su electorado pero que también provocará una circunstancia realmente mucho más compleja para el Estado que el festivo e inocuo Nou 9-N.

El regreso a 2014 para enmendar el error cometido por la indecisión de Mas será como una catarsis independentista y tal vez la única manera que tiene el Partit Demòcrata Europeu Català de evitar un gobierno de izquierdas en Cataluña, liderado por sus socios de ERC. Llegados a este punto, el eslogan será "elecciones o elecciones".