Nada mejor para alejarnos del hedor a corrupción que envuelve al PP, desconectar un rato del inquietante proceso independentista, o tomar distancias con unas primarias socialistas que, me temo, no van a resolver la crisis del PSOE, que respirar un poco de optimismo con lo que ha sucedido en Francia este domingo. Desde España siempre se ha seguido con interés los avatares de las presidenciales francesas por razones tanto de vecindad como sobre todo de influencia cultural y política. Superada la larga etapa fundacional de la V República bajo la impronta de Charles de Gaulle, la elección ha acabado siendo un duelo entre los sucesivos candidatos de la derecha (Giscard d'Estaing, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy) contra los de izquierdas (François Mitterrand, Lionel Jospin, Ségolène Royal, François Hollande), excepto en 2002 cuando el ultra Jean-Marie Le Pen logró colarse en la segunda vuelta.

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas va a convertirse en un nuevo referéndum sobre Europa

Esta vez es muy diferente, los franceses van a enfrentarse a una disyuntiva nueva, alejada de los viejos debates, soberanismo frente a europeísmo. La retórica populista contra las élites del sistema y la quimera del regreso al proteccionismo nacional, frente al liberalismo social, el relanzamiento del proyecto europeo y el reformismo institucional. La tradicional división entre derecha e izquierda ha estallado ante esta nueva realidad y ofrece un mapa de fracturas geográficas, culturales y sociales que no tiene nada que ver con el pasado. En realidad, lo que está en juego en Francia el próximo 7 de mayo es tan importante para el país vecino como para el resto de Europa. Estas son las elecciones presidenciales menos francesas y más europeas de la V República. Una victoria de Marine Le Pen, menos extremista que su padre, pero igualmente nacionalista, nos metería en el túnel de la desintegración europea. EL FN no propugna la salida directa de Francia de la UE, pero sí exige renegociar los tratados, lo cual nos abocaría al colapso pues, entre otras consecuencias, haría imposible gestionar la crisis del Brexit. En un escenario así, Donald Trump y Vladímir Putin se frotarían las manos.

En cambio, con Emmanuel Macron en el Elíseo se abre una puerta de esperanza en medio de una panorama internacional bastante sombrío. Es un candidato de unión republicana, sin partido, que encabeza un movimiento de renovación democrática que conjuga liberalismo y socialdemocracia, netamente europeísta. Su programa es claro en este último punto, pues es una llamada a reconstruir Europa. Supone una gran oportunidad para rehacer el eje franco-alemán como motor del proceso de integración con Italia, Holanda y España detrás. En cierta manera significa la posibilidad de reescribir el desastre de 2005 cuando Francia rechazó en referéndum la Constitución europea. Esa votación se convirtió en un plebiscito contra la política de Chirac que tres años antes había ganado abrumadoramente las presidenciales frente a Le Pen padre. La pulsión soberanista se apoderó del debate y contaminó a una parte de la izquierda, que votó en contra. Curiosamente la misma que ahora no tiene claro apoyar a Macron. Europa salió seriamente dañada de ese accidente y empezó el deslizamiento de la opinión pública hacia el euroescepticismo. Desde entonces el proyecto europeo ha ido trampeando, de mal en peor. La segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas va a convertirse en un nuevo referéndum sobre Europa porque, una década después, Macron y Le Pen representan la cara y la cruz.