Pensamiento

Rapto en el intermedio

26 noviembre, 2015 00:00

'La Transición perpetua', una novela recién publicada, contiene cincuenta páginas especiales que merecen ser reseñadas aquí. En ellas su autor, el periodista Luis del Val, narra magníficamente y con muchos y exactos pormenores el secuestro del joven diplomático Javier Rupérez. Ocurrió el 11 de noviembre de 1979. Hacía ocho meses que su partido, UCD, había ganado las elecciones generales y sólo cuatro meses que Gabriel Cisneros, padre de la Constitución, había sido gravemente herido en el estómago; forcejeó con dos etarras que pretendían secuestrarlo, se zafó de ellos y escapó, pero le derribaron los tiros del ‘Bigotes’ (aquí, Alkorta Maguregui). Arnaldo Otegi fue condenado por secuestrar ese mismo año a un empresario vasco, pero a pesar de claros ‘indicios racionales de criminalidad’ (que diría Ossorio y Gallardo) sería absuelto de intervenir en los atentados contra Cisneros y Rupérez; falta de pruebas concluyentes en un juicio efectuado casi diez años después.

Se ausentaron del hemiciclo los tres amigos de Otegi, otra casta, dijeron que Suárez era un fascista y no merecía consideración alguna; sí se la concedieron, en cambio, al patriarca de ‘casa nostra’ y a la Familia

El diputado Rupérez no tuvo opción de huir de sus captores encapuchados, ni de la tortura que le aguardaba a él y a su familia. “A las pocas horas --explica Luis del Val-- se conocen las condiciones de los terroristas: liberación de la cárcel de cinco etarras que se suponen aquejados de diversas dolencias y la constitución, a través del Consejo General Vasco, de una mesa que estudie lo que los terroristas llaman 'la violencia institucionalizada'”. Poco después se envió una foto de Rupérez con un periódico del día en las manos y con la foto de Pertur, como fondo. Desaparecido tres años antes, Eduardo Moreno Bergaretxe había sido acusado por sus compañeros de dirección de mantener contactos con el Gobierno, a través de Juan Mari Bandrés, para abandonar las armas. Los etarras acusaron a la extrema derecha de matarlo, pero es más que probable que fueran los propios compañeros del dirigente etarra quienes lo asesinaran.

Los secuestradores de Rupérez le hicieron escribir una carta personal al presidente del Gobierno, pidiéndole que accediera a las condiciones que ellos imponían para liberarlo. Escribe Del Val: “El presidente pasea por el despacho con una mezcla de impotencia y dolor. Ceder ante los terroristas es invitarles a que se vuelvan cada vez más poderosos. No puede hacerlo. Y sobre todo no debe hacerlo”. Fue entonces cuando le pidió a Rafael Calvo Ortega que le fuera a ver. Ministro de Trabajo (de quien Luis del Val, diputado constituyente, fue director general), Calvo, quien sería catedrático de Derecho Financiero, conoció a Suárez cuando servía bocadillos en el bar de su padre, en los veranos y durante los fines de semana. Eran dos desclasados que se apreciaban y se comprendían con fácil empatía, eran bien diferentes de los exquisitos y burgueses democristianos, engreídos pilaristas.

“Puede ser que Adolfo tenga ya la decisión tomada, pero la conversación se prolonga, como si hablar le aliviara. Está convencido de que, o traiciona al amigo, o traiciona a las directrices dictadas por él mismo, y puede que alargar la conversación sea un arabesco para evitar la hora de tomar el teléfono y explicarle al director del Cesid la decisión. Antes, se lo comunicará a Gutiérrez Mellado, y sabe que al general no le va a gustar, porque en el secuestro de otros militares se ha seguido la decisión ortodoxa. Tampoco protestará, eso también le consta, pero va a ser duro. Porque Adolfo ha decidido salvarle la vida a Javier Rupérez”.

Cuando Adolfo Suárez murió hace un año, el Parlamento catalán guardó un minuto de silencio en su memoria. Se ausentaron del hemiciclo los tres amigos de Otegi, otra casta, dijeron que Suárez era un fascista y no merecía consideración alguna; sí se la concedieron, en cambio, al patriarca de ‘casa nostra’ y a la Familia. ¿Qué otra cosa podría esperarse de estos tipos? Tan cerca del sectarismo, tan lejos de la razón histórica.