Después de la jornada rocambolesca del jueves, en la que Carles Puigdemont había anunciado por la mañana a los partidos y entidades independentistas que iba a convocar elecciones autonómicas para desdecirse a media tarde, el Parlament aprobó la declaración unilateral de independencia (DUI) en un ambiente falsamente eufórico porque el desgarro producido en el independentismo el día anterior había dejado huella.

Puigdemont acusó como siempre al Estado de su marcha atrás, al aducir que no había garantías para celebrar unas elecciones autonómicas, como si todas las celebradas hasta ahora no las hubieran tenido, pero la verdad es que, junto la paralización del artículo 155 de la Constitución, él había puesto condiciones --liberación de los Jordis, frenazo de los fiscales, retirada del despliegue de la Policía Nacional y de la Guardia Civil en Cataluña-- que el Gobierno de Mariano Rajoy no podía cumplir.

El presidente de la Generalitat cambió de rumbo en gran parte por la rebelión del independentismo on line --anuncio de dimisión de dos diputados del PDeCAT, acusaciones de estafa y traición, Gabriel Rufián emulando a Judas con su tuit de las "155 monedas de plata"-- y del independentismo analógico, con la desleal amenaza de Esquerra de abandonar el Govern si Puigdemont convocaba elecciones.

La DUI se votó vergonzantemente en secreto en un nuevo pleno bochornoso, sin intervención del president y con cambios en el modo de votación sobre la marcha

Descartadas las elecciones, el independentismo se afanó en preparar la DUI, que el Parlament aprobó el viernes. Los gritos, los abrazos, las salvas de aplausos, Els Segadors por dos veces, la concentración en la escalinata presidida por una bandera de la ONU colgada por Lluís Llach y los discursos llenos de buenos deseos y de las mentiras habituales no podían hacer olvidar que la DUI se había votado vergonzantemente en secreto en un nuevo pleno bochornoso, sin intervención del president y con cambios en el modo de votación sobre la marcha autorizados por la presidenta, Carme Forcadell, que volvió a exhibir su desconocimiento del reglamento de la Cámara.

Ante el cúmulo de irregularidades, la dicha, sin embargo, no podía ser completa y la desazón se apreciaba en algunas caras que no podían soportar más el cinismo y la impostura o empezaban a ser conscientes de la inutilidad de tanta épica. Pero, sobre todo, la euforia se esfumó cuando compareció Rajoy tras el Consejo de Ministros para informar de las medidas para aplicar el artículo 155 de la Constitución aprobadas por el Senado.

En una demostración de que a veces Rajoy es más inteligente de lo que muchos creen, el presidente del Gobierno sorprendió a todo el mundo convocando elecciones autonómicas para el primer día posible según la ley, el 21 de diciembre, además de destituir a Puigdemont y a todo el Govern. Con esta jugada maestra, Rajoy rompía el discurso independentista de que quería suspender la autonomía, de que perseguía la humillación del contrario y de que pretendía ocupar ilegítimamente el poder de la Generalitat.

Con esta jugada maestra, Rajoy rompía el discurso independentista de que quería suspender la autonomía, de que perseguía la humillación del contrario y de que pretendía ocupar ilegítimamente el poder de la Generalitat

En realidad, esta decisión demuestra que no quería utilizar el 155 y que lo ha hecho solo ante la negativa de Puigdemont a restaurar la legalidad. Y además deja en evidencia al president, quien el día antes podía haber convocado las elecciones sin perder el cargo y sin la intervención de la autonomía, conservando todo el poder, incluido el control de los medios de comunicación públicos. La medida es también inteligente porque, ante las dudas sobre el papel del Parlament mientras se aplica el 151, era mucho mejor disolverlo y evitar que la presidencia y la mesa de la Cámara continuaran en funciones.

De todas formas, la maniobra de Rajoy no lo resuelve todo. La aplicación del 155 no deja de ser un asunto complejo y difícil, pero la ventaja es que se reduce a apenas dos meses. Las incógnitas que se abren ahora son dos: ¿va a haber resistencia del poder destituido?, ¿va a boicotear el independentismo las elecciones?

Los primeros signos de resistencia no se han producido (el director de los Mossos ha aceptado su cese), pese a que Puigdemont, en un mensaje retórico grabado, llamó ayer a la “oposición democrática” al 155. Puigdemont no se dio por destituido, aunque no lo explicitó y solo hizo una referencia a que a los presidentes solo los pueden cesar los parlamentos, confirmando una vez más que la ley solo vale cuando sirve a sus intereses. En cuanto a las elecciones, el PDeCAT ha enviado señales de que se va a presentar (Artur Mas lo explicó hace unos días) y es inverosímil que ERC desprecie la oportunidad de ganar las autonómicas. La CUP es la más proclive al boicot, pero su ausencia debilitaría el frente independentista.

El procés tal como lo habíamos entendido ha terminado. Y ha terminado con un acto de suicidio colectivo

En cualquier caso, el procés tal como lo habíamos entendido ha terminado. Y ha terminado con un acto de suicidio colectivo, que no otra cosa es aprobar la DUI en las condiciones en que se ha hecho: sin mayoría social, tras un referéndum inválido, con solo dos votos por encima de la mayoría absoluta del Parlament, con Cataluña partida en dos y angustiada por el miedo al futuro, con 1.600 empresas con una facturación del 30% del PIB que han huido ante el mero anuncio de la DUI y sin reconocimiento internacional alguno. Hasta ahora, solo la versión catalana de la Wikipedia ha reconocido la República catalana.