Mariano Rajoy iba a pasar a la historia como el estafermo que triunfó por la incompetencia de su entorno, como el hombre gris que sale adelante por la mediocridad de sus coetáneos. El tuerto en el reino de los ciegos, vaya. El típico trepa de los colegios religiosos o de la mili.

También debía figurar en los manuales del catalanismo como el mayor fabricante de independentistas de la historia contemporánea.

Es posible que sea cierto, pero lo que ha ocurrido en este país durante la última semana no acaba de cuadrar con esa idea. Los estrategas del procés han conseguido convertir a Mr. Chance en un personaje que concita el apoyo de todas las cancillerías del mundo, un político con el que se identifican sus homólogos de derechas e izquierdas en la medida en que representa un orden cuestionado por una amenaza muy seria: usar las urnas para subvertir la democracia.

La Cataluña que representa Carles Puigdemont y Oriol Junqueras es la Venezuela de Nicolás Maduro. Una democracia formal que no respeta a las mayorías. Hasta tal punto es así que ni siquiera un irreverente tan osado como Pablo Iglesias se atreve a darles apoyo.

El objetivo de estas líneas no es bucear en qué puede suceder en el futuro, sino subrayar el enorme error de quienes se han sumado a los insumisos nacionalistas con el objetivo de arremeter contra el líder de la derecha española. Un político, por otra parte, que hasta que los tribunales no digan lo contrario está en pleno uso de sus derechos civiles; como Artur Mas, más o menos.

A veces los adversarios son tan ciegos que hacen que el estafermo acabe con ellos sin despeinarse

Cierta izquierda que ha usado el nacionalismo como excusa para derribar al PP del poder y para menoscabar al PSOE por su sentido de Estado --complicidad, en lenguaje nacionalista-- tiene una enorme responsabilidad en el crecimiento de Mariano Rajoy como estadista. Un mérito que nadie le habría atribuido hasta la fecha, pero del que el desafío independentista le ha hecho merecedor.

Como se lee claramente en su biografía, nunca había destacado, toda su vida ha sido un esfuerzo temperamental por evitar enemistades, un ansia por flotar, sin enemigos. Pero a veces esos adversarios son tan ciegos que hacen que el estafermo acabe con ellos sin despeinarse. Lo desprecian como enemigo, y esa es su perdición.

El paseíllo que va a darse por Cataluña le reportará una buena cosecha de votos, y no solo entre los anticatalanistas y antinacionalistas, sino entre quienes están hartos de tanto sinsentido.