Después de la “revolución conservadora” americana que simbolizó las presidencias de Ronald Reagan y la hegemonía americana con el ultra-liberalismo y la globalización como elementos más significativos ha llegado la época del cuestionamiento de dichos valores. La competencia económica y política de China tanto en el campo económico como político y la crisis de la globalización han provocado un cambio profundo en la sociedad americana.
Dentro del campo conservador de los republicanos, la irrupción del Tea Party y posteriormente de Donald Trump ha reforzado su conservadurismo, no sólo político sino también social y moral, que lo ha llevado a una posición extrema en el caso del último presidente republicano. Dentro de este partido ya no queda nada del sector moderado y liberal que representaron en su tiempo políticos neoyorquinos como Rockefeller, que llegó a ser Vice-presidente de Estados Unidos.
La posición extrema del actual presidente republicano no es sólo expresión de un “nuevo estilo” que tiene enormes semblanzas parafascistas basada en la difusión constante de una falsa realidad paralela o “fake news” sino que incluye un contenido de llamada a una América que desea ser grande otra vez y que se basa en realidades inexistentes. La América de Trump sólo abarca a una parte de la realidad estadounidense aquella que se identifica con una realidad que ya no existe de una sociedad blanca, protestante, masculinizada y anglosajona que cada vez representa a un menor porcentaje de la sociedad.
Un segmento de la sociedad que se encuentra atemorizado ante lo que ha representado la globalización que ha cambiado en gran medida sus vidas. Donde una gran parte de los trabajadores industriales, anteriormente votantes demócratas, han visto desaparecer sus empleos y ahora en el mejor de los casos malviven de trabajos en el sector servicios. Una sociedad blanca que siente que ha perdido parte de sus privilegios en beneficio de una sociedad multirracial que le disputa unos derechos que parecían reservados a ellos. Una sociedad donde las creencias religiosas en muchas ocasiones se enfrentan a la racionalidad de la ciencia, donde por ejemplo se cuestiona la teoría de la evolución a la que confrontan con el “génesis” religioso. Una sociedad que incluye a sectores que habitan en zonas rurales alejadas de las aglomeraciones urbanas. Todo ello confluye con fenómenos racistas aún existentes y agravados ante el crecimiento de poblaciones de color, negros, latinos o asiáticos en los que ven una competencia. Un gran sector de la población donde la concepción del individualismo y la libertad individual se contempla como la base de la sociedad.
Esta parte de la sociedad vive ante el miedo del cambio. Miedo a lo que fue la globalización. Miedo ante la crisis, miedo ante lo que consideran una pérdida del papel de Estados Unidos en el mundo. Miedo ante los nuevos movimientos de las minorías, de las mujeres, de la pluralidad sexual. Miedo que les hace refugiarse ante una idea de país inexistente pero que querrían resucitar. Un país al que Trump alienta con su apoyo al proteccionismo y al aislamiento, incluso abandonando organismos internacionales, la “América primero” se transforma en un “América orgullosamente sola”.
El fenómeno no es totalmente homogéneo. Hay sectores del electorado, femenino, de personas de color, negras, latinas o asiáticas, que por razones diversas, casi todas alimentadas por el miedo a un cambio que no pueden controlar dan su apoyo a una propuesta como la que representa Trump.
Trump aparece como el hombre hecho a sí mismo, la esencia del machismo, el hombre sin pelos en la lengua, un radical hombre blanco, que invoca a Dios y a la Asociación del Rifle, el que blinda América frente al extranjero, sea un inmigrante sudamericano o la competencia de un producto chino. Su electorado sólo ve lo que quiere ver, esencialmente a un protector de su estilo tradicional de vida.
Cabe preguntarse: ¿Cómo es tan difícil desbancar a Trump? En primer lugar porque los republicanos con Trump a la cabeza defienden una idea de país muy concreta aunque no sea real. Y en segundo lugar porque su contrincante es un Partido Demócrata que más que un partido es una coalición muy diversa dentro de la cual hay planteamientos diferenciados y hasta aspectos antagónicos.
Dentro del partido demócrata hemos podido comprobar como coexisten desde hace tiempo dos realidades contrapuestas. Una es la realidad del “establishment” tradicional que podría asociarse a un cierto progresismo socio-liberal a la americana, es decir más liberal que social. Y junto a él unas nuevas generaciones con planteamientos más progresistas y sociales que representan una cierta socialdemocracia radical que se puede personificar en la persona de Bernie Sanders y especialmente en las nuevas mujeres políticas. La alianza de ambas corrientes no está exenta de problemas ya que una parte de los votantes ve como muy moderados a los demócratas tradicionales y la otra observa con recelo a los que consideran excesivamente radicales.
Donald Trump derrotó a Hillary Clinton, pese a que ésta ganó en votos populares. Hillary fue vista por una parte del electorado como excesivamente moderada y eso motivó una cierta abstención de algunos sectores más radicalizados. En esta ocasión aunque Biden no sea menos moderado que Clinton, la oposición a lo que ha significado Trump ha provocado una movilización sin precedentes del electorado demócrata estimulado además por la mala gestión de la pandemia de Trump. A la vez, esta perspectiva de gran movilización demócrata ha provocado como reacción una masiva reacción conservadora.
Se debe recordar que un personaje como Biden era hoy por hoy la única posibilidad de derrotar a Trump vista la realidad del país. Nunca ha existido la alternativa Sanders como candidato en estas elecciones, como no lo fueron para los demócratas las candidaturas claramente progresistas a la Presidencia por el Partido Demócrata de George McGovern en 1972 o de Walter Mondale en 1984, los cuales fueron estrepitosamente derrotados por los republicanos (McGovern solo ganó en el Distrito Federal y en Maine; Mondale por su parte sólo ganó en ese mismo Distrito Federal y en Minnesota) . Todos ellos fueron y son demasiado avanzados para la realidad del país y así se demostró en esas elecciones.
La crisis política está a la vista y servida especialmente teniendo en cuenta la personalidad incontrolable de Donald Trump. Pero sea cual fuere la resolución de estas elecciones la realidad es que Estados Unidos está más dividido que nunca y la ruptura social es muy profunda y de difícil solución.
El sistema de los partidos tradicionales está en cuestión. El Partido Republicano debe plantearse que quiere ser después de Trump. Y el Partido Demócrata debe plantearse sobre qué paradigmas se debe definir políticamente para ser un partido unificado y hegemónico.