El histriónico poeta, escritor y ensayista José Bergamín, de la generación poética de la República, escribió este verso: "Estoy con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más".

Nació a finales del XIX en Madrid. No comulgo con él porque murió en Hondarribia en los años de plomo (1983) siendo abertzale. Tiene frases maravillosas que no vienen al caso.

El lunes un locutor de la mañana de la Ser, no recuerdo su nombre, citó al poeta madrileño batasuno, a la vejez viruela, diciendo equivocadamente: "Por el precipicio hasta la muerte, pero ni un paso más". Digo equivocadamente porque esta frase está adaptada a la coyuntura política inmediata.

Bergamín es la reencarnación más culta de Pablo Iglesias.

Puigdemont es un abertzale estelado de fondo azul, de derechas. Probablemente, no ha leído al español que abjuró de serlo. Igual que él ha abjurado. Pero adaptando su verso a la realidad doliente de España y Cataluña: "Hasta el precipicio, y un paso más".

Con esta declaración pasmosa que, probablemente, le va a llevar a Alcalá Meco y que abrirá la caja de Pandora que nos deparará el futuro inmediato.

"Franco no ha muerto sino que estaba de parranda", como cantó la cohorte de apaniaguados de TV3 en el programa vitriólico de Polònia de la banda de Toni Soler.

Puigdemont es un abertzale estelado de fondo azul, de derechas. Adaptando el verso a la realidad doliente de España y Cataluña: "Hasta el precipicio, y un paso más"

Carles Puigdemont no ha leído el cuento de Peter Pan, el niño que no quería crecer, escrito por James Matthew Barrie. O simplemente es un asiduo consultor de Wikipèdia para tener una capa cultural de barniz, porque en una lectura íntegra del cuento del británico descubres que el niño Peter es un Pan que ya ha muerto. Una metáfora que no entienden los niños ni los adolescentes, la edad mental que tiene el hijo de la pastelería de Amer.

Nunca le voy a perdonar que nos haya quebrado la convivencia en Cataluña. Pase lo que tenga que pasar, la herida en las relaciones personales dejará una cicatriz que durará una generación completa.

La semana pasada Sergi Pàmies, creo que en La Sexta, confesó con una forzada sonrisa esta verdad: con mis amigos aparentemente nos comportamos igual, pero interiormente estoy quebrado.

No le pasa sólo al hijo de la líder anarcosindicalista.

Me muerdo la lengua para no hablar de política con familiares, amigos incluso saludados. Conozco empresas de buen rollo personal en que el director, para preservar la armonía laboral, ha pedido a sus empleados que no se hable de este asunto espinoso.

Es muy fuerte lo que está pasando. Sólo los ciegos no lo ven. No me sale ni la ironía.

PD: Este artículo lo acabé de escribir el martes media hora antes de las seis. La hora prevista para dar "un paso más" en el quicio del precipicio.