Hace unos días un estudiante me paró en el pasillo de la Universidad y me preguntó: "¿Qué le dirías a un independentista?". Pensé que sería un buen título para un artículo…

En primer lugar le diría que, aunque quiera sentirse oprimido, no existen hechos objetivos para justificar tal sentimiento. España es una democracia sólida, reconocida --admirada en muchos casos-- internacionalmente y que se encuentra sistemáticamente entre los 15 primeros puestos de cualquier ránking mundial de calidad democrática. Recientemente, en Barcelona, intelectuales como Ignatieff o Enrique Krauze han afirmado que la Transición española fue un modelo de reconciliación y un motivo de esperanza para mucha gente, especialmente en América Latina.

En España existe una clara separación de poderes que forja una estructura democrática homologable a las democracias con mayor tradición, garantizando que todos seamos iguales ante la ley. Un ejemplo gráfico se encuentra en las múltiples sentencias judiciales en contra de los intereses de los dos grandes partidos mientras estos estaban en el Gobierno.

Un referéndum no es garantía de ninguna solución. En Europa hemos sufrido los efectos de una consulta que ha polarizado a la sociedad británica y ha enquistado un problema que costará años resolver, sin entrar a valorar los efectos económicos, demográficos y sociales perversos que derivan de aquel 23 de junio de 2016. Cataluña es la primera y principal víctima de esta polarización y no se lo merece. Los catalanes no nos lo merecemos.

Le diría a un independentista que le han hecho creer que el procés ha sido un movimiento de abajo hacia arriba, pero en realidad ha sido liderado por una parte de las élites políticas, económicas y mediáticas de Cataluña, en el que uno de los políticos catalanes más sobrevalorados de la historia, Artur Mas --enviado a la papelera de la historia por sus hijos de la CUP-- tiene mucho que decir.

La antigua CiU liderada por Mas gobernó dos años con el Partido Popular después de la sentencia del Estatut. Sentencia que algunos quieren ver como inicio del conflicto. No debió ser tan mala si se mantuvo una relación estable durante dos años con los instigadores del recurso contra el texto. Nos crearon un problema que no teníamos. Y se creó en buena parte desde los medios de comunicación mainstream catalanes, convirtiéndose en los principales propagandistas del independentismo. Hoy en día en Cataluña lo verdaderamente revolucionario es ser constitucionalista, defender la democracia y el Estado de Derecho.

He de reconocer que me produce cansancio escuchar a algunas personas insistiendo reiterativamente en el hecho diferencial catalán, en que “somos diferentes” a los españoles. ¿Por qué lo llaman diferentes cuando en realidad quieren decir mejores? Uno normalmente no quiere desprenderse de aquello que le aporta sino de aquello que le sobra; y al independentismo le sobra España, los españoles y --muy en particular-- los catalanes que defendemos la Democracia y el Estado de Derecho. No son pocas las muestras de supremacismo de los líderes independentistas y que, en última instancia, han acabado constituyendo la base primigenia del deseo de independencia. Aquí se encuentra el veneno nacionalista del que hablaba el expresidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

El independentismo es profundamente egoísta, estigmatizando las regiones con menor riqueza, desvirtuando la misma redistribución de la renta que exige entre personas y es incapaz de reconocer entre regiones. Al igual que sucede con algunas teorías sobre el exceso de población del planeta, los que acaban sobrando siempre son los pobres.

La única forma posible de defender los intereses sociales, económicos y culturales de una sociedad catalana, plural y bilingüe pasa por el cumplimiento del marco constitucional. La Constitución del 78 ha llevado el mayor periodo de paz, prosperidad y autogobierno en Cataluña, solo alterado por el Proceso independentista. Nunca la lengua catalana había sido tan protegida y promocionada.

Para acabar, le diría --sin levantar la voz ni aumentar la intensidad-- que le han estado engañando haciéndole creer que algo imposible e inviable era posible, viable y, además, rápido. Y si, después de reflexionar de forma sosegada, no está preparado para votar a partidos que defiendan la Constitución, le pediría que como mínimo no siga prestando su confianza a aquellos líderes y partidos que le han mentido en repetidas ocasiones, generándole frustración, falsas esperanzas y un odio infundado a todo lo que huela a España. A un independentista le diría que no se deje engañar, que no se deje utilizar.