Se ha celebrado la I Cumbre contra la corrupción en Cataluña, y he tenido el honor y la satisfacción de intervenir como representante del primer partido de la oposición en Cataluña. La corrupción es un tema candente que, desafortunadamente, no pasa de moda, ni siquiera ahora, con esta crisis. Estamos en un momento social y económico muy delicado, donde lo urgente prevalece sobre lo importante, y así debe ser. Lo urgente es buscar soluciones para contrarrestar esa crisis sanitaria, social y económica que nos acecha y anticiparnos a las consecuencias de los rebrotes del virus.

Pero conviene no olvidar. Conviene no olvidar lo importante porque tiene mucha incidencia sobre lo que hoy es urgente. Conviene no olvidar aquellos días de julio de 2014 en que nos pusimos las manos en la cabeza cuando Jordi Pujol Soley confesó haber robado a los catalanes, aunque él lo disfrazó con el cuento de una herencia y comenzaron las primeras investigaciones que continúan su curso y con el tiempo seguirán saliendo a la luz, como hemos visto estos días en los medios. Iremos contemplando, por fascículos, la escandalosa fortuna que nos sustrajo la familia Pujol mientras hacía calar en los catalanes el mensaje de España nos roba a la vez que financiaba por la puerta de atrás a CiU.

El club del 3% y sus herederos políticos mantuvieron la impunidad durante muchos años y quieren seguir manteniéndola, aunque para ello sea necesario controlar la justicia. Un camino imposible de transitar porque, afortunadamente, nos encontramos en un Estado de Derecho que funciona perfectamente, donde el Poder Judicial es independiente. Pero ellos lo intentan con sus torticeras formas de actuar.

Por eso conviene no olvidar. No olvidar tampoco la foto que hace unos meses vimos de otro servidor público, el Síndic de Greuges de Cataluña, una foto que saca a relucir lo más repulsivo de una moralidad ficticia “haz lo que yo digo pero no hagas lo que yo hago”; una figura que siempre ha alardeado de transparencia y que nos da lecciones teóricas de como luchar contra la corrupción, pero que con algunos de sus actos resta credibilidad y prestigio a la institución que representa.

Ni diluir en el olvido los casos de corrupción de grandes partidos; el caso Gurtel del PP o los ERE del PSOE en Andalucía, por citar los más llamativos. ¿Alguien puede imaginarse sin temor a sufrir un mareo los millones de euros que durante décadas han sido desviados del erario público para engrosar cuentas privadas y que si hubiesen sido invertidos convenientemente y gestionados con rigor en sanidad, educación, justicia o servicios sociales hoy podrían habernos ayudado y mucho no solo a controlar mejor los efectos sanitarios y sociales que va a producir esta crisis, sino a poder tomar decisiones frente a la misma mucho más eficaces?

El asunto de la corrupción es muy amplio y complejo; y no solo comprende esos casos de grandes fortunas defraudadas que saltan a los medios. También hay comportamientos que, sin poder calificarse de corruptos, son irregulares y pueden implicar corruptelas; póngase por ejemplo ese hábito creado e implementado en las diferentes administraciones consistente en el fraccionamiento de contratos de tal forma que un procedimiento de contratación que debería ser ordinario se convierte en procedimiento de contratos menores. Pero que esta práctica sea habitual, muy habitual, no significa que sea correcta, y en alguna ocasión, como estamos viendo con la hoy diputada Laura Borràs, antes directora de la institución de las Letras catalanas, esta práctica resultó presuntamente delictiva.

Los catalanes, y el resto de españoles, vemos ojipláticos todos estos casos y nos preguntamos, después de confiar en nuestras instituciones y de pagar religiosamente nuestros impuestos, so pena de ser duramente sancionados, si la corrupción tiene solución, porque está instalada en las grandes estructuras administrativas y políticas.

Una democracia fuerte y sana exige instituciones limpias y políticos fuera de toda sospecha. Y yo pienso, tras la celebración de la I Cumbre Contra la Corrupción, que atajarla es posible, aunque, eso sí, se requiere voluntad, responsabilidad política, mucho trabajo y también la implicación de toda la sociedad.

Y sobretodo no olvidar, ni permitir que se olvide. Porque las cosas que se olvidan dejan de existir, y si dejan de existir quedan impunes conductas que debieran ser castigadas mientras la inmoralidad sigue avanzando sin freno y somos nosotros, los ciudadanos, quienes la seguimos sufriendo.