Carles Puigdemont sabe dos cosas. La primera, que él no tiene una fórmula para alcanzar la independencia. La segunda, que ERC tampoco. Y esta última intuición le debe parecer tan relevante o más que la primera, porque le puede dar réditos electorales. Su propio vacío estratégico lo puede rellenar sin mayor esfuerzo de falsas expectativas unilaterales muy del agrado de su clientela; pero la clave de su permanencia en primera línea para pelear por el liderazgo independentista está en la denuncia permanente del desviacionismo de Oriol Junqueras y Pere Aragonès.

El inquilino de la Casa de la República de Waterloo se ha lanzado a profetizar el fracaso de la mesa de negociación defendida por los republicanos como vía para avanzar hacia el estado propio. Y hay que darle la razón. No es demasiado arriesgado prever que del diálogo entre la Administración Central y la Generalitat autonómica no llegará la república catalana. Tampoco de los discursos de Puigdemont, por supuesto, por eso para Junts es esencial poner en valor el desastre táctico de ERC, para tapar el suyo.

Entendámonos, la negociación entre Pedro Sánchez y Pere Aragonès puede dar a luz excelentes acuerdos para mejorar la gobernación de Cataluña (algo oxidada, últimamente), avances substanciales en materia de financiación e incluso algunas frases de reconocimiento institucional de la personalidad política catalana. Nada que no pudiera gestarse en la comisión mixta y por tanto bilateral entre Estado y Generalitat.

A ERC la comisión mixta les parece un instrumento autonómico, por tanto, insatisfactorio por naturaleza. Sin embargo, ahí está el margen de maniobra para el gobierno Sánchez y la senda para profundizar en el autogobierno dentro de los márgenes constitucionales. Por el contrario, la mesa de negociación entre gobiernos como fuente de aportaciones reales para mantener viva la ficción de un avance imparable hacia la independencia es más bien pobre. Pero luce como la consolidación de la relación bilateral, del tú a tú entre Cataluña y España. Una simple ilusión periodística mantenida en los informativos de TV3.

El cálculo de Puigdemont en este sentido es acertado. Más pronto que tarde, Pere Aragonès deberá reconocer en público que el presidente Sánchez y todo su gobierno al completo no le van a reconocer el ejercicio del derecho a la autodeterminación porque tal pronunciamiento oficial no está en su mano, aunque quisieran y ya sabemos que el PSOE no quiere. No quieren ni pueden, ergo el horizonte de la reclamación de ERC no tiene perspectiva, por mucho que Junqueras augure un inevitable reconocimiento de tal derecho inexistente, según la literalidad de la doctrina de la ONU.

Puigdemont intuye que en esta ocasión va a ver cumplida finalmente una de sus múltiples premoniciones: ERC puede conseguir acuerdos varios de mayor o menor trascendencia para el conjunto de los catalanes, pero ningún certificado de colonia oprimida con derecho a separarse de España expedido por la misma España. Y esto es lo que a él le importa, poder demostrar que el pragmatismo de sus rivales no consigue alcanzar la tierra prometida. Esto podría traducirse en votos de descontento, el resto son milongas.

La realidad es que la ineficacia de la actual vía republicana para alcanzar la república es perfectamente comparable con la promovida por Junts. La diferencia entre una y otra está en los beneficios prácticos que la primera puede reportar al país en contraste con la nulidad absoluta de la segunda. De todas maneras, para poner en evidencia la desigualdad en el balance entre una y otra vía, ERC debería aceptar públicamente que se está hablando de política autonómica y esto beneficiaría tácticamente a Puigdemont que podría acusarlos de retroceso histórico, desde la ortodoxia independentista. En Waterloo viven en el maximalismo pasivo, esperando ver pasar el féretro de la mesa de negociación.