Mientras los llamados unionistas --que no lo debían ser tanto pues ahora proponen la división de Cataluña-- se divierten con Tabarnia, los hiperventilados secesionistas llevan un cabreo morrocotudo por la ocurrencia. Es un espejo de sus contradicciones y por eso se han lanzado a desacreditar a la nueva autonomía contando los votos y desmintiendo, con cifras en la mano, que los pedazos de las provincias de Tarragona y Barcelona que integran Tabarnia sean de mayoría constitucionalista. De las diez comarcas de Tabarnia, cinco tienen mayoría independentista, advertía hace unos días un titular, en serio, de un medio independentista. La ocurrencia ha demostrado que el independentismo carece también de sentido del humor. El primero, el inefable Gabriel Rufián, cuyos desabridos tuits contra Tabarnia confirman sobre él y sus seguidores todo lo que sospechábamos.

Al margen de la broma de Tabarnia, el cabreo de alguna fuerza independentista tiene otra razón de ser, debido a la pretensión de Carles Puigdemont y lo que queda del PDeCAT de reírse en la cara de ERC. La llista del president ha obtenido dos diputados y 10.000 votos más que Esquerra, pero eso no les autoriza a sacar pecho y despreciar a su aliado. La exitosa campaña de Puigdemont se basó en el eslogan "para que vuelva el president, vota al president" y en la reivindicación de restituir el "Govern legítimo". Ahora, sin embargo, Puigdemont y el PDeCAT quieren pasar por encima de ERC sin cumplir ninguno de los dos requisitos.

En primer lugar, porque todo indica que Puigdemont no quiere volver porque sabe que si regresa irá a prisión, pese a las nuevas mentiras difundidas en la campaña electoral que dejaban entender que la victoria le salvaba de la cárcel. En segundo lugar, porque el PDeCAT persigue que si Puigdemont no vuelve sea investido otro candidato del partido --han circulado los nombres de Elsa Artadi y de Jordi Sànchez--, lo que invalidaría la tesis de la restitución del “Govern legítimo”. Si Puigdemont se queda en Bruselas, lo lógico es que, para restituir el “Govern legítimo”, el exvicepresidente Oriol Junqueras sea el candidato a la presidencia de la Generalitat porque el invento de la investidura telemática es una broma comparable a la de Tabarnia.

Este tira y afloja confirma que las viejas discrepancias entre los dos mayores partidos secesionistas --acalladas en público para conservar el poder-- siguen siendo uno de los principales motivos del fracaso del procés, y la descarnada competencia para ver quién es más independentista, una de las grandes razones que han llevado a Cataluña a bordear el abismo.

Las viejas discrepancias entre los dos mayores partidos secesionistas siguen siendo uno de los principales motivos del fracaso del procés

La fractura, de todas formas, no será tan honda para que el PDeCAT, ERC y la CUP no se pongan de acuerdo para impedir la aspiración de Ciutadans (Cs) de presidir el Parlament. Convocada por Mariano Rajoy la sesión de apertura para para el 17 de enero, lo más probable es que la Mesa tenga mayoría independentista con dos puestos para el PDeCAT, dos para ERC, dos para Cs y uno para el PSC.

Pese al previsible fracaso, Cs hace bien en concentrarse en la presidencia del Parlament, una decepción menor si no la consigue que la que representaría una investidura fallida. Con la composición de la cámara surgida del 21D, Inés Arrimadas no tiene ninguna posibilidad de ser investida. Las presiones del PP en este sentido no tienen otro objetivo que debilitar al partido que le disputa el electorado de centroderecha en toda España y son más escandalosas si recordamos que Rajoy hizo lo mismo --renunciar a la investidura-- tras las elecciones de diciembre del 2015 cuando tenía más posibilidades si hubiera jugado bien sus cartas y hubiese hecho algunas concesiones.

Lo cierto es que el 21D ha confirmado la división de Cataluña en dos mitades casi idénticas y, pese a todo lo ocurrido en cinco años de procés, no se atisba ninguna posibilidad de que los dos bloques enfrentados colaboren entre ellos. Los independentistas siguen sin asumir que no tienen mayoría ni mandato democrático para la secesión y, por la otra parte, el inmovilismo del PP y las actuaciones judiciales --imparables por el poder político-- no contribuyen a la distensión. Ni siquiera se puede confiar en que un deterioro cantado de la situación económica haga recapacitar a los independentistas porque el 21D es concluyente en este aspecto. El combate entre estas dos impotencias --la de conseguir la independencia y la de reducir el voto partidario de la secesión-- lleva camino de eternizarse.