Tengo la impresión de que Puigdemont ha terminado convertido en un monigote que sirve para promocionar actividades o incluso puntos geográficos de los que nadie tenía ni idea que se celebraran o existieran. La estrategia es bien simple: si organiza usted desde hace años un festival que apenas nadie conoce, invita a Puigdemont. Usted no sabía quién era, pero alguien le ha soplado que es un tipo más bien extraño que vive en Waterloo y se pirra por salir de su caserón y aparecer en los medios. De hecho --le cuentan-- se dedica a eso profesionalmente. Entonces le invita, con la esperanza --y a la “esperanza” siempre se le puede dar un empujoncito en forma de llamada anónima a la policía-- de que las fuerzas del orden le detengan nada más pisar tierra. Eso es todo. De manera tan simple conseguirá usted dar a conocer lo que sea que quiera dar a conocer. A partir de ahí, será un no parar de declaraciones, enviados especiales de televisiones --catalanas y españolas sobre todo, aunque no solamente--, políticos metiendo baza y, en el caso de los políticos catalanes, viajes de urgencia para ayudar a la promoción de su ciudad, con no poco gasto en hoteles y restaurantes de primera categoría, que si algo tienen los políticos catalanes es que no reparan en gastos. En gastos de todos los catalanes, me refiero.

Ese ha sido el plan perfectamente ejecutado en Cerdeña. La isla ya es conocida, pero apenas nadie en el mundo tenía conocimiento de un pueblecito llamado Alguer --dicen, falsamente, que ahí se habla catalán--, ni mucho menos de no sé qué festival tradicional que allí celebran, de hecho, yo mismo he olvidado su nombre. Gracias a invitar a Puigdemont y, sobre todo, a su oportuna detención, desde hace días no se habla de otra cosa. Se desconoce cuánto cobra el expresident para participar en esas campañas promocionales, pero no debe de ser poco, los gastos en Waterloo son elevados. Da igual, lo que cobre puede darse por bien empleado, el hombre se gana sus emolumentos hasta el último euro.

Ya con anterioridad, ejerció de publicista con la Universitat Catalana d’Estiu, que se celebra en el sur de Francia. Al parecer unos gendarmes se personaron ahí en busca de Puigdemont, pero algún imprevisto de última hora le había impedido asistir, así que no hubo detención, Aun así, la notica salió en los medios, con lo que puede decirse que Puigdemont es capaz de promocionar un lugar incluso sin su presencia, con el solo rumor de la misma. Es de suponer que este método de promoción tarifa de forma distinta, sin duda los responsables de la Universitat Catalana d’Estiu lo eligieron para reducir presupuesto. No como en Alguer, donde según se ha visto, no reparan en gastos.

Está bien que Puigdemont haya decidido ponerse a trabajar. De alguien que es buscado por la policía de cualquier país nada más pisarlo, no podía esperar menos que una profesión acorde a un fugitivo. Ha habido en la historia otros fugitivos de la justicia, pero la mayoría se han dedicado a vivir de rentas. Puigdemont, en cambio, aprovecha su huida sin fin para ganarse unos cuartos, y de paso ayuda a pequeños lugares e insignificantes ferias a darse a conocer. A la Bienal de Venecia o al festival de Cannes no le hace falta un Puigdemont detenido al pisar la alfombra roja, porque ya son sobradamente conocidos y además un tipo como el expresidente, más bien molesta entre tanta gente de bien. Pero existen multitud de ferias de pueblo, festivales folclóricos o mercados de segunda mano que tienen en el expresidente catalán un reclamo publicitario, contando siempre, eso sí, con la inestimable colaboración de la policía local.

Se ignoran de momento las tarifas y precios con que trabaja Puigdemont, seguramente en la franja alta se encuentra ser detenido en compañía de Comín y Valtonyc, los cuales pueden poner banda sonora --al piano y cantando, respectivamente-- a la detención de su jefe. No hemos de tardar en ver tal espectáculo, ahora que está corriendo la voz de la efectividad de las campañas promocionales de Puigdemont.