Hay exilios fructíferos y otros no tanto. Hay exiliados generadores de pensamiento y teoría, y otros que devienen simples cultivadores de cizaña. Unos y otros huyen, o se esconden, de leyes, jueces y policías. Cierto, pero el denominador común de la persecución no les hace automáticamente dignos y respetables. Entre los prófugos y huidos hay de todo: gente admirable y abnegada, pero también canallas pusilánimes y vividores. Una pretendida condición de exiliado no es sinónimo de integridad moral u honradez. Esos atributos, como es obvio, se miden de otra manera.

En plena Grand Place de la ciudad de Bruselas, cerquita del restaurante La Maison du Cygne, una placa rememora la estancia de Karl Marx en ese establecimiento --en 1847-- con motivo de una cena familiar de celebración de la llegada del año nuevo. Han transcurrido más de ciento setenta años desde aquel evento. Friedrich Engels y Karl Marx residieron en la capital belga entre los meses de febrero de 1845 y la primavera de 1848. En esa ciudad polemizaron y reflexionaron alrededor de temas económicos, sociales y políticos, sin abandonar el activismo en organizaciones semi clandestinas. En Bruselas redactaron el famoso Manifiesto Comunista mientras en media Europa estallaba la revolución y París ardía. Fue también en la capital belga donde Marx sacó a la luz su Miseria de la Filosofía y redactó La ideología alemana.

Qué lejos están estos exiliados de aquellos que, en otras épocas, demostraron talla intelectual y valores humanos fuera de toda duda y discusión

El Estado belga también aceptó la presencia en su territorio, tras su forzosa salida de Suiza, de personajes como Mijaíl Bakunin. P. J. Proudhon vivió oculto en este país dando clases de matemáticas, tras huir de las autoridades francesas dispuestas a encarcelarlo por sus actividades conspirativas... En aquellos tiempos teoría y praxis solían ir parejas. La solvencia intelectual era sinónimo de credibilidad. A lo largo de la historia moderna, Ginebra, Londres y Bruselas han visto desfilar muchas personalidades y colectivos humanos a la espera de épocas mejores. Y todo parece indicar que esos periodos de recogimiento forzoso fueron pródigos en el terreno del pensamiento, la teoría política y la elaboración filosófica.

Será por deformación profesional, o por romanticismo progre, que un servidor de ustedes siempre ha asociado el exilio de los pensadores, artistas y políticos a una cierta producción de ideas, materiales, textos o programas. Tras más de cien días de estancia de Carles Puigdemont y los suyos en Bruselas, nada parece anunciar la aparición de un mínimo compendio de ideas más allá de la consigna "restauración" y del cambalache de la investidura. Ahí no hay fondo, ni teorías, ni ideología. Solo tuits, banalidades, vacío y ruedas de prensa con conejos en la chistera. Patético. Qué lejos están estos exiliados de aquellos que, en otras épocas, demostraron talla intelectual y valores humanos fuera de toda duda y discusión. Qué poco contenido y recorrido tienen las ocurrencias e improvisaciones de los peores y más nefastos gobernantes que ha tenido Cataluña en las últimas décadas.