Sin primarias, como corresponde a un caudillo, Carles Puigdemont confirmó el miércoles que se presenta a las elecciones del 14F. “Y lo haré encabezando la lista de Barcelona de JxCat para hacer piña y conseguir que Laura Borràs se convierta en la primera presidenta de la Generalitat”, afirmó en un vídeo, usando un futuro categórico --“lo haré”-- que no deja lugar a dudas, aunque la candidatura debe ser aprobada por la ejecutiva del partido y ratificada por los militantes. Mero trámite.

En el mismo anuncio, Puigdemont renuncia a presentarse a la investidura como president y, aunque no lo dice, tampoco ocupará su escaño porque para hacerlo debería renunciar a su acta de eurodiputado y regresar a España, donde sería inmediatamente detenido. Esta es la única diferencia con las elecciones de diciembre del 2017, cuando prometió volver si era elegido --“para que vuelva el president, vota al president”, decían--, promesa que incumplió.

Puigdemont esperó para hacer el anuncio a la publicación de la última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat, en la que JxCat recorta sustancialmente la diferencia con ERC desde los 7/8 diputados de hace poco más de un mes hasta los 3/5 de ahora. Según el CEO, ERC ganaría las elecciones con 35 escaños, seguida por JxCat con 30/32. Es decir, la posibilidad de que haya un vuelco a los pronósticos reiterados de los últimos meses y se imponga la candidatura de Puigdemont/Borràs es real. Todo lo que no fuera esto, sería un fracaso para el hombre de Waterloo, por lo que su decisión de presentarse otorga credibilidad a la posibilidad de un triunfo de JxCat.

El independentismo afronta los comicios más dividido que nunca, como se ha puesto de manifiesto en la gestión de la pandemia --ERC llegó a levantarse de una reunión-- y en la reunión que la Asamblea de Representantes del Consell per la República celebró el jueves en conexión entre Bruselas y el Palau de la Generalitat. ERC, que forma parte del organismo, plantó a Puigdemont y no envió ningún representante por considerar el acto “partidista”. Un partidismo que no impidió que se celebrara, sin ningún miramiento, en una sala del Palau de la Generalitat. De los 70 miembros que debían asistir lo hicieron 37, 34 de ellos de JxCat y cinco de estos del , que ya no tiene nada que ver con Junts. También participaron dos de Demòcrates y uno de Súmate, hasta ahora integrados en ERC. La CUP solo envió a su líder, Carles Riera, como observador.

En la reunión, Puigdemont lanzó la idea del “desbordamiento democrático” para dar validez al referéndum del 1-O, descongelar la declaración unilateral de independencia (DUI) y reemprender las cosas “donde las dejamos el 27 de octubre de 2017”, como si nada hubiera ocurrido desde entonces. En un documento presentado en la reunión, titulado Preparem-nos, se asegura que nunca habrá una Cataluña independiente sin una confrontación democrática. La “solución indolora” no existe, dijo Puigdemont, y pidió a la ciudadanía que acepte el coste.

Este discurso tiene una vertiente de realismo, al huir de la idea tantas veces repetida de que la independencia era coser y cantar, estaba “a tocar” y caería como fruta madura, pero al mismo tiempo se interna en terrenos de enfrentamiento con costes dolorosos y hay que estar muy alejado de la realidad para pensar que una gran parte de la ciudadanía lo pueda asumir. El discurso se completa con conceptos como “la deconstrucción democrática del Estado” y afirmaciones como que “el Estado español no puede ser reformado porque sus problemas son estructurales, afectan a la monarquía, el poder judicial, el Ejército, los cuerpos policiales y las élites económicas”. Y se combina, en una contradicción flagrante, la idea de un Estado frágil y debilitado que, sin embargo, somete a Cataluña a una persecución con “oleadas represivas y embates antidemocráticos”.

Frente a ello, ERC --lo hizo Pere Aragonès el mismo día de la reunión del Consell per la República-- apuesta por el independentismo pragmático que se ha de dedicar a “ensanchar la base”, “ser muchos más y tener mucha más fuerza” y “sumar reiteradamente el 50% de los votos” o más. Dos estrategias aparentemente opuestas que, sin embargo, es casi seguro que se volverán a unir en un Govern independentista si los resultados electorales lo propician.

A ese futuro pacto se podría añadir la CUP si sus escaños son necesarios --el CEO le pronostica entre ocho y nueve-- porque ahora promueve su entrada en el Govern. Si este tripartito independentista se produjera, la huida de la realidad sería ya completa porque la CUP, en su propuesta política para las elecciones del 14F, se pronuncia por una radical oposición a la UE y por una alternativa que llaman la Europa de los Pueblos Libres. Puigdemont ya se manifestó contra la UE como una unión de estados decadentes. Provocar la explosión de la UE es, por lo visto, la nueva frontera del independentismo irreductible. Tienen razón en que sin la destrucción de la UE la independencia es imposible, pero eso no autoriza a caer en el delirio de pensar que es posible conseguirlo.