A medida que se acerca la fecha de constitución del Parlament, el 17 de enero, crece la pugna entre Junts per Catalunya (JxCat) y ERC para hacerse con la presidencia de la Generalitat. De nada sirve que el portavoz de Esquerra, Sergi Sabrià, diga cada día que “solo hay un plan”, en referencia a la elección de Carles Puigdemont, porque a continuación añade siempre que ERC está a la espera de que JxCat explique cómo hará efectiva la investidura,

Este emplazamiento expresa el verdadero plan de Esquerra que, como ha señalado Gabriel Rufián, consiste en investir a Oriol Junqueras si Puigdemont no regresa desde Bruselas. Cada vez está más claro que la huida a Bélgica de Puigdemont no ha sido una idea tan genial como han querido transmitir sus asesores y eso explica la virulencia de las admoniciones de JxCat a sus socios.

La última andanada tiene forma de comunicado interno convenientemente filtrado en el que la llista del president --el PDeCAT ya no se sabe qué pinta si pinta algo-- asegura que el único plan es “restituir al president Puigdemont y al Govern legítimo”. “Cualquier otro plan”, advierte el comunicado, “es dar por bueno el golpe de Estado de Mariano Rajoy y no respetar el resultado de las elecciones”.

 

Cada vez está más claro que la huida a Bélgica de Puigdemont no ha sido una idea tan genial como han querido transmitir sus asesores y eso explica la virulencia de las admoniciones de JxCat a sus socios

 

Ocurre que el expresident y los exconsellers que le siguieron a Bélgica se encuentran atrapados en sus propias mentiras. Primero, había que votar al president para que volviera el president --la primera parte del eslógan les salió bien, pero Puigdemont no ha regresado--, y así el Estado no se atrevería a meterlo en la cárcel; es decir, vendieron al electorado que las urnas libraban de la prisión. Repitieron también que Europa reaccionaría si Puigdemont era encarcelado, y bla, bla, bla. Ahora, la mentira se amplía a la investidura telemática: si Puigdemont es elegido sin presentarse en el Parlament y regresa ya como president, el Estado tendrá que aceptarlo y, si no, Europa intervendrá, y bla, bla, bla.

Esta manera de razonar demuestra que Puigdemont y sus asesores desconocen cómo funciona el Estado de derecho, o algo peor: dan preocupantes indicios de cómo actuarían ellos en un caso similar, supeditando la independencia judicial a las conveniencias políticas, como tan bien expresaba la non nata ley de transitoriedad jurídica.

La realidad, sin embargo, es que la investidura telemática es inimaginable a no ser que se repita una sesión como las del 6 y 7 de septiembre, que ya sabemos adónde conduce. Y, además, ERC no parece estar por la labor de colaborar en una reforma del reglamento exprés para facilitar la investidura a distancia porque espera, con toda la razón, que Junqueras, aunque siga en prisión provisional, pueda participar en los plenos de investidura, a la que podría presentarse si JxCat no prefiere tirarlo todo por la borda e ir a nuevas elecciones antes que aceptar al líder de ERC como president. Los exconsellers huidos ya están negociando su renuncia al escaño para ser sustituidos por otros porque sus votos son imprescindibles para mantener la mayoría parlamentaria.

 

La peor consecuencia de la puga entre Puigdemont y Junqueras es que solo puede llevar a una radicalización del movimiento independentista

 

¿Quiere todo esto decir, como creen muchos en Madrid, que los dos principales partidos independentistas van a destrozarse entre ellos? En absoluto. Al final, lo más probable es que se pongan de acuerdo. Ya hemos vivido situaciones similares, en las que en el último minuto ha llegado el pacto, una forma de presentar como una victoria de la unidad independentista lo que días antes parecía la pelea final. Y si la cosa se complica mucho, tiempo habrá para que salgan les entitats --ANC y Òmnium, ya se sabe que en Cataluña no hay otras entidades-- para presionar con declaraciones y manifestaciones en demanda de la necesaria unidad.

La peor consecuencia de la pugna entre Puigdemont y Junqueras es que solo puede llevar a una radicalización del movimiento independentista, con lo que eso significa de prolongación de la incertidumbre política y de la inestabilidad económica. Mientras JxCat y ERC se pelean, las empresas siguen huyendo --ya son más de 3.200--, el paro crece o desciende menos que en el resto de España, el crecimiento se frena, y el consumo y el turismo bajan. Solo faltaba que hasta Messi esté aterrorizado por la independencia.