Ahora dicen los socialistas que están en posesión del frasco del sentido común. Las recientes declaraciones de sus líderes parecen cortadas por el mismo patrón, son dignas de elogio, por la coordinación no por el contenido. Cs y Puigdemont son dos caras del mismo conflicto, repiten una y otra vez. En el interregno actual la invención de este binomio resulta sugerente o, cuando menos, sospechosa.

Es también digno de elogio, por la coordinación no por el contenido, cómo se ha difundido el mantra del mandato popular como fundamento básico de la democracia. Cualquier persona con un mínimo de seny puede comprender los riesgos de mezclar en un mismo tarro democracia directa y democracia representativa. Las dosis de una u otra se suelen añadir según el antojo de la elite dominante de turno, con la conocida trampa del referéndum, esencia final del alambicado proceso. Esa manipulación química no es seny sino rauxa.

Como el resultado de ese fraude político y emocional ha sido una fractura social y la reacción del Estado de derecho, ahora proliferan por doquier las referidas declaraciones de que la virtud está en la moderación. El razonamiento es tan sencillo como tramposo: ante los términos opuestos la solución está en el justo medio. Dijo Aristóteles que nuestros actos deben regirse por una sabiduría práctica, llámese templanza, prudencia o tercera vía, nunca por los extremos ni por los vicios. Recordemos las memorables intervenciones de Coscubiela, de Iceta y de Arrimadas durante aquellos aciagos días de septiembre de 2017 en las que, a su manera, advertían a los independentistas de este principio básico de la ética aristotélica: aurea mediocritas. Pero, por votación parlamentaria, no se impuso el seny sino la rauxa.

Pero, ¿todos han participado del mismo modo en la elaboración de ese cóctel identitario antidemocrático? Llegado a este punto hay que hacer un poco de memoria. Si se ha producido la fractura es porque, en los últimos años, una parte cada vez más amplia de la sociedad catalana y de algunos de sus políticos se han posicionado en contra de la deriva final del nacionalismo. En ese sentido tiene razón el soberanismo: es la resistencia al movimiento identitario lo que ha propiciado el conflicto político. Los distintos gobiernos centrales, hasta casi el último momento, han sido condescendientes con esa deriva, por indolencia o por interés partidista.

Pero recordemos también que si se hubieran seguido las tácticas que han practicado durante los últimos cuarenta años los dirigentes y buena parte de la militancia del PSC o de IC tampoco se hubiese llegado a este callejón sin salida. No hubo en sus actos ni en sus gestos resistencia alguna al proyecto normalizador nacionalista. Durante años y años se dejaron mojar, día tras día, con la lluvia catalanista a la espera de tomar y disfrutar del poder, fuera cual fuese. El justo medio fue un silencioso colaborador que hubiera permitido una transición a la república nacionalcatalana, lenta pero segura, por el mandato popular de los dos tercios.

Ya Tito Livio definió muy bien el modo de actuar de este tipo de políticos: “No es tomar una vía intermedia, es no coger ninguna: es esperar el acontecimiento con objeto de pasar cerca de la fortuna”. La equidistancia es respetable, pero ha sido muy perjudicial por ser cómplice pasiva de la lenta imposición de una ideología identitaria y excluyente. Fue Montaigne el que recordó que ante “las agitaciones del propio país y en una división pública” ser ambiguo o no “inclinarse hacia ningún lado” no es “ni bien ni noble”. Aunque, después de todo lo ocurrido, siempre cabe la esperanza de que detrás de las declaraciones del justo medio no haya convicción alguna sino puro cinismo, eso sí, político.