Pedro Sánchez ha decidido que Salvador Illa, su ministro de Sanidad, deje el cargo para intentar que el PSC gane las elecciones catalanas. El objetivo es ambicioso y la decisión tiene su riesgo. El cambio de candidato de los socialistas catalanes se ampara en dos factores, las dudas de Miquel Iceta sobre las posibilidades reales de alcanzar la posición de alternativa de gobierno y el gusto por las jugadas maestras de los actuales dirigentes del PSOE, o sea Sánchez e Iván Redondo. Complementariamente, queda el fleco de cambiar al responsable de la lucha contra el Covid en plena pandemia con todas las interpretaciones a las que puede dar lugar la sustitución. Cuando uno deja de ser ministro para bajar a la arena autonómica nunca se sabe si es un premio o un castigo.

Salvador Illa puede ganar las elecciones del 14-F, aunque este éxito pueda quedar en nada si no supone para los socialistas gobernar Cataluña o participar directa o indirectamente en el nuevo gobierno. Este es un escenario complejo que no depende únicamente del resultado que vaya a obtener el PSC sino de los miedos que puedan acomplejar a ERC. Es muy probable que en esta perspectiva, tanto Illa como Iceta tuvieran las mismas opciones, salvo que el ministro de Sanidad obtenga una mayoría suficiente para liderar el gobierno, lo que supone algo más que ganar las elecciones. El juego post electoral se intuye pues muy parecido.

El cambio más significativo propiciado por la sustitución de Iceta por Illa, impulsada por Moncloa, debería verse en la orientación de la campaña. Iceta buscaba asentar el catalanismo del PSC con un pacto con los partidos del nacionalismo conservador nacidos de la diáspora de los viejos convergentes y democratacristianos provocada por Puigdemont para así poder disputar el voto moderado al PDECat, presentándose como actor de la transversalidad y alimentando la ilusión de un nuevo tripartito.

La candidatura de Illa es mucho más peligrosa para Ciudadanos o para lo que quede de Ciudadanos a estas alturas. Su figura impulsará la importación de la dinámica de la política española a las elecciones catalanas, representando el PSC al PSOE sin fisuras ni concesiones al catalanismo tradicional de los socialistas catalanes que tanto incomoda al partido federal de vez en cuando. De paso, el PSOE recupera su vieja costumbre de interferir en el PSC cuando le conviene, en beneficio de su aliado de turno en el Congreso de los Diputados, antes la CDC de Pujol y ahora la ERC de Junqueras. La tradición se mantiene.

Aunque seguramente no se descorchó ninguna botella de cava en la sede del PSC, no habrá problemas en el apoyo unánime a Illa porque Illa no será motivo de disputa; la discrepancia radica en el método de intromisión del que el ministro es tan solo el beneficiario y no el inductor. Illa es un hombre del aparato configurado por Iceta al acceder a la primera secretaría, lo que le asegura la total colaboración del partido y, por si esto no fuera suficiente, nadie en la dirección del PSC ignora que el primer mandamiento para asegurar un crecimiento electoral en Cataluña es la capitalización del gobierno de Madrid.

La identificación de Illa con Pedro Sánchez es total gracias a la confianza depositada por el presidente en el ministro de Sanidad en todos estos meses de combate contra el virus. El discurso de Sánchez está garantizado: el PP es desleal y Ciudadanos no se atreve a romper con el bloque de la derecha más agreste tanto en la gestión de la pandemia como en la pacificación del conflicto catalán, ergo, el PSC-PSOE, ahora representado por Illa, es la única esperanza de los catalanes no soberanistas para construir una nueva conllevancia. Miquel Iceta tal vez no sería tan disciplinado y no podría presentar las credenciales de haber estado en el gobierno de Sánchez, aunque ayudó lo suyo al éxito de Sánchez y quizás bien pronto forme parte del consejo de ministros.