Dicen que ya casi está, que ya llegamos al pico, que ya se divisa la cumbre, que luego todo será bajada, y que a este virus virulento lo derrotaremos sí o sí. No lo sé, lo ignoro por completo, porque soy lego en asuntos epidemiológicos y mis conocimientos médicos son un pobre compendio de lo poco que, gracias a Dios, me ha tocado sufrir; así que a la hora de conjeturar solo puedo echar mano de mi intuición, de mi capacidad de análisis y de la mucha información que va sedimentando en mi cerebro. Tal vez estemos coronando la cima, pero seguimos batiendo nuevos récords en fallecimientos, y aunque algunos días las cifras parecen remitir, luego vuelven a subir. Ahora mismo, en España, son más de 140.000 los casos y casi 14.000 las defunciones.

La lógica me dice, y ojalá me equivoque porque no hallo placer alguno en exponer esto, que esta crisis no ha hecho más que empezar. El Covid-19 se expande a una velocidad de crucero altísima y no nos dará tregua, porque no habrá remisión estacional de la pandemia cuando el calor de la primavera avanzada se deje sentir en el ambiente. Ni ahora ni tampoco en pleno verano. Piénsenlo: si fuera a ser así, y el Coronavirus se comportara como la gripe común, no se estaría propagando raudo por los países ecuatoriales, amplias áreas del Caribe y hemisferio sur en general; regiones que meteorológicamente viven ahora su verano. El Coronavirus está en toda Iberoamérica, África, Oriente Medio, Sudeste Asiático y Australia, en mayor o menor medida. Está ya en todo el planeta. Y allí, en esas zonas, disfrutan ahora mismo de calor y humedad a partes iguales. El caldo de cultivo perfecto. Confiar en una retirada para poder así prepararse mejor de cara a un segundo round el próximo otoño no tiene argumento que lo sustente.

Los datos, en estos momentos, dicen que la pandemia ha infectado a nivel global a más de 1.300.000 personas, ha causado 75.000 muertos y avanza en casi 200 países del mundo. Días atrás el escéptico Donald Trump, que se enfrenta a una situación explosiva en Estados Unidos --pues ya son 375.000 los contagios y 11.000 los muertos--, admitió que si esta crisis se salda con 100.000 víctimas --los estudios más optimistas hablan de un mínimo de 200.000-- podrán decir que «han hecho un gran trabajo». Tremendo. Con las morgues a rebosar y la sanidad desbordada, ya han habilitado hospitales de campaña por todo el país y desplazado buques medicalizados. Nueva York vuelve a convertirse en una «zona cero». En el lenguaje bélico habitual de Trump, que tan bien entiende la ciudadanía, les prepara para el peor de los Pearl Harbour posibles.

Un poco más al sur, dada la nula capacidad de análisis de López Obrador y Jair Bolsonaro, cabría elevar una plegaria por la suerte que puedan correr mexicanos y brasileños ante esta peste del siglo XXI. Con 120 millones de habitantes, de los que apenas un 7% disfruta de atención sanitaria completa, México puede ser el escenario de un drama de proporciones épicas.

Y otro tanto podría ocurrir en Brasil, con 209 millones de habitantes y con un sistema sanitario público tremendamente deficitario. Solo un 20% de los brasileños tienen cobertura médica privada. Este par de políticos de pipa y nabo, populistas y machotes, que no se arrugan ante «una vulgar gripecilla», son la prueba fehaciente de que la vida repartió la imbecilidad a partes iguales entre los de izquierdas y los de derechas. Aquí no se salva nadie.

Igual de dramática, o incluso peor, se intuye la situación en países tan vulnerables y desabastecidos como Venezuela, o tan densamente poblados como la India, con 1.340 millones de habitantes, donde decenas de miles de personas se han puesto en marcha al conocer la orden de confinamiento dictada, abandonando la ratonera en que pueden convertirse en breve las grandes ciudades del subcontinente. Este éxodo masivo, en dirección a sus localidades de origen, inevitablemente extenderá la pandemia por toda la geografía del país. Que Krishna nos asista.

En Europa, mientras Italia y España luchan a brazo partido contra la pandemia con un altísimo coste de vidas --y lidian, sobre todo en nuestro caso, con un Gobierno sobrepasado por las circunstancias que más parece improvisar que actuar-- y prolongan cuarentenas con toda la actividad productiva paralizada, los escenarios son muy diversos. Alemania, la locomotora de la UE, da por hecho que el país entrará en una grave recesión --ya comparan al Coronavirus con la célebre crisis del 29--  debido a un desplome de su PIB que podría superar el 10%.

En Francia, donde las medidas paliativas se activaron tarde, con calles y mercados abarrotados, los contagios se disparan; los casos diagnosticados son más de 100.000 y los fallecidos 9.000. Parecida es la situación en Inglaterra, con 53.000 contagios y casi 5.500 muertos y con Boris Johnson yendo a peor en la unidad de cuidados intensivos. Al menos en Inglaterra hablan con meridiana claridad a la población: esto va para muy largo; el confinamiento, dicen, puede durar más de seis meses y lo peor está por llegar.

Más allá del drama humano que nos dejará el virus, y de la tremenda crisis económica que nos golpeará a todos, suscita estupor y profunda vergüenza comprobar que Europa, lejos de convertirse en hogar y proyecto común, no pretende ser mucho más de lo poco que ahora es: un club de Estados elitistas unidos por la argamasa de la moneda compartida, los negocios y el lucro. Se queda muy corto el socialista António Costa cuando tilda de «realmente repugnantes» las declaraciones que efectuó el ministro holandés, Wopke Hoekstra, sobre la necesidad de auditar las cuentas de Italia y de España, resistiéndose cual gato panza arriba --junto a esa Europa norteña, opulenta y calvinista-- a arrimar el hombro ante un escenario dantesco. De ser esa la política a aplicar podemos concluir, sin margen de duda, que la Unión Europea está acabada, porque de esta saldremos todos euroescépticos.

El coronavirus no dejará títere con cabeza. Probablemente el día después, cuando el último muerto haya sido incinerado y tomemos conciencia de la desolación, la pobreza, y la deflación circundante, reclamaremos a gritos un salvífico «Plan Marshall» para salir de esta sima oscura.

Pero nos nos equivoquemos mirando hacia Estados Unidos, porque esta vez Mr. Marshall vendrá de China. Cuídense mucho, queridos amigos.