Sé que me meto en un jardín, porque hay quien cree que quienes no formamos parte de un colectivo afectado no estamos autorizados a hablar de él. Pero lo haré. Sabe mal todo el entourage político y de confrontación ideológica que ha habido en torno a la conmemoración del Día de la mujer trabajadora. Habitual jornada de celebración de los avances en la lucha por la igualdad de género y de movilización para recordar el mucho camino que queda por recorrer: la persistente violencia machista, las situaciones de sometimiento, los techos de vidrio para acceder a cargos de todo tipo, las diferencias salariales, el mantenimiento de roles insostenibles... La confrontación abierta y brutal en España entre las diferentes visiones del feminismo creo que aporta poco al avance más rápido hacia un futuro que debe ser no solo absolutamente igualitario técnicamente, sino que, además, implique que algunos modos, habilidades, sensibilidades y valores de los que son más poseedoras las mujeres que los hombres se generalicen. La relación con el poder y su uso sería un ejemplo de lo que quiero decir. Aunque resulta evidente que la sensibilidad hacia la discriminación de las mujeres suele ser diferente según la adscripción de género, esta batalla debemos ganarla entre todas y todos. Nos incumbe por igual.

Que existan formas diferenciadas de entender el sentido del feminismo resulta muy normal. La pluralidad por sí misma no es nunca un problema, sino una bendición. Lo que ya no es tan bueno es que la disparidad se convierta en conflicto y se usen formas tan abruptas y descalificadoras. Existe una confrontación cultural en este tema que es global, pero que en España se mezcla en un entorno político en el que las izquierdas batallan por colocar su discurso diferenciado y captar adscripciones. Así, estamos ante una pelea por la hegemonía cultural. Existe, sin duda, un primer feminismo muy funcional, cuyo objetivo es la estricta igualdad de hombres y mujeres en la empresa, la política, la sociedad y las relaciones familiares. Romper el techo de cristal en el trabajo, donde los puestos clave y los consejos de administración todavía tienen una presencia femenina escasa. Se trata de superar la discriminación laboral y salarial que arrastramos históricamente, pero a medida que se avanza en este objetivo no se plantea cuestionar a la sociedad establecida, como tampoco mucho los roles de género. Apareció hace ya décadas un feminismo de “segunda ola”, con impulsos transformadores poniendo en primer plano la “diferencia”, desarrollando una crítica estructural al androcentrismo capitalista y la dominación masculina a través del heteropatriarcado. La “interseccionalidad” quería combinar y no establecer prioridades entre la emancipación social y la consecución de la igualdad (“Soy mujer y de clase baja”, decía la poeta Maria Mercè Marçal). Hasta aquí, las diversas intensidades o prisas por recorrer el camino no establecieron ninguna fractura entre feminismos. Predominio del progresismo, pero con coloraciones políticas muy diversas. Sin embargo, hace unos años que ha crecido una movilización feminista dotada de mayor radicalidad, que pone el tema de la identidad en medio del foco mientras cuestiona no sólo la normatividad sobre el sexo, sino también el género, mientras se separa la cuestión de cualquier consideración social. Estamos frente a vínculos políticos explícitos en la lucha cultural contra la izquierda socialdemócrata. Hacen bandera de la filosofía que contiene la ley trans o bien la técnicamente fallida del solo sí, es sí.

A pesar de entender mejor y encontrar más funcional la “segunda ola”, no me veo capacitado para valorar lo que de interesante aporta esta visión más radical. Estoy seguro de que en un debate sosegado tiene mucho que decir y a añadir. Pierde sus razones, con las formas sectarias y fanatizadas que lo plantea, al establecer una estrategia agonista que resulta destructiva y olvidando considerar que los avances en este sentido deben ser menos ideológicos y más compartidos para una mayoría de la sociedad que, en este tema como en otros, tiene un ritmo más pausado de progreso que aquellos que caminan en la vanguardia y hacen de agitadores. Venimos de donde venimos y sería necesario que los desarrollos culturales y fácticos fueran sólidos. Y no hablo sólo de los sectores más tradicionales que todavía nos quedan. Desgraciadamente, hemos cambiado mucho menos de lo que quisiéramos. La semana pasada visité el Mobile, sitio moderno por excelencia, ligado a la economía del conocimiento y la tecnología. No es solo que hubiera un predominio abrumador de hombres, es que una gran parte de las mujeres hacían de azafatas con las funciones y atributos que se les suponen. Antiguo. A menudo se mantienen los viejos estereotipos con ropajes nuevos, o ni eso. Quizás apostar por los cambios graduales, reales, tiene más sentido.