Pensamiento

Progresismo y liberalismo político

27 junio, 2014 09:26

Thomas Kuhn plantea en su estudio "La estructura de las revoluciones científicas" algo también válido en pensamiento político: las ideas o teorías nacidas en un tiempo histórico concreto son hijas de un modelo del mundo o paradigma. Dicho paradigma será el tamiz utilizado para filtrar los problemas, metodologías o soluciones que se aportan en ese período.

Una de las actitudes que más me sorprenden de la socialdemocracia actual es que renuncia a parte de los referentes históricos que forman parte de su sustrato ideológico

Cuando ciertos problemas no pueden ser resueltos por el paradigma dominante, se produce una revolución que lo sustituye parcial o totalmente por otro. Aunque tales revoluciones sean un cambio de concepción del mundo, forman parte de un proceso continuo, en el que las nuevas contribuciones se suman a los conceptos teóricos que sustituyen.

Creo que Kuhn acierta en este punto. Y lo que es válido para Copérnico o Laplace, también puede serlo para Rousseau o Proudhon. No es prudente, por tanto, valorar con modelos de pensamiento moderno las teorías de autores históricos con un paradigma dominante distinto.

Explico esto porque una de las actitudes que más me sorprenden de la socialdemocracia actual, en su enésimo intento por redefinir sus planteamientos ideológicos, es que -a diferencia del liberalismo democrático o el socio-liberalismo- renuncia a parte de los referentes históricos que, a mi entender, forman parte de su sustrato ideológico. Ignoran o eluden el hecho de que un cambio de modelo no siempre supone la negación del anterior, sino una evolución construida sobre lo precedente. Esto es lo que creo les sucede en su relación con el liberalismo político clásico, probablemente influidos por su rechazo al liberalismo económico comúnmente llamado "neoliberal".

Pero al asumir esta apropiación de los valores del liberalismo político por parte del económico –buen ejemplo del lakoffiano marco profundo-, pueden estar renunciando a parte de los cimientos de un nuevo concepto de progresismo.

Una definición de la historia que me agrada especialmente la entiende como el campo de acción en que el hombre ejercita su libertad. Dice así:

"La historia es la descripción del conocimiento que el hombre tiene de su libertad y de los esfuerzos humanos por la ampliación progresiva del marco en que el hombre puede vivir dicha libertad".

Su objeto sería así el estudio de los actos humanos, admitiendo que no hay acto verdaderamente humano sin libertad.

Partiendo de la misma y –lo admito- influido por Dahrendorf, me he permitido elaborar una definición de progresismo que me permito citar en este artículo:

"Progreso es el proceso de ampliación de las oportunidades de elección que tienen los ciudadanos en el ejercicio de sus libertades".

Este preámbulo viene al hilo de mi anterior reflexión sobre la socialdemocracia, porque considero que ha renunciado a sus precedentes liberales en la lucha por las libertades (la libertad es una jarra que se llena de los líquidos más variopintos, las libertades, concretas, precisas y enumerables, no).

Más de un gobernante actual debería recordar que un gobierno es legítimo no sólo por nacer del consentimiento, sino porque se compromete a preservar eficazmente la libertad, la igualdad natural y la propiedad a la que todos tienen derecho

El propio Lord Acton consideraba con cierta irritación en 1881 que el hecho de que los gobiernos de Disraeli se hubieran mostrado demasiado asequibles a las demandas de los trabajadores era culpa de la influencia de Adam Smith, cuyas ideas habían ejercido una notable influencia en la Revolución francesa y el socialismo.

De hecho, socialistas como Blanc, Lassalle o Marx –pese a la supuesta contradicción entre sus dos obras principales- no dudaron en invocar a lo largo del siglo XIX a Adam Smith como un autor propicio a sus planteamientos revolucionarios, tal y como afirman Carl Menger y José María Lassalle. Pero hay otros referentes.

Tal es el caso de los levellers británicos, nacidos tras la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra. Los seguidores de Liburne y Overton se enfrentaron a los líderes militares, Cromwell e Ireton, en lo que probablemente fue el primer movimiento de masas democrático y de protesta social de la historia moderna. Entre otras cosas, reivindicaban que los hombres nacían libres e iguales, con los mismos derechos naturales. Unos derechos que no podían ser vulnerados por el gobierno, ya que la finalidad de éste era su protección. Creían en la primacía del parlamento, que la finalidad de las leyes era el bien común y extendían el derecho de voto a todos los hombres.

Lo mismo puedo decir de John Milton y James Harrington, esenciales para estructurar un Estado con poder limitado y temporal. O de Henry Neville, quien afirmaba que "el pueblo gracias a las leyes fundamentales tiene una plena libertad sobre sus vidas, libertades y personas". Incluso podríamos citar a Bolingbroke, quien siguiendo a Cicerón creía que "la política debía ser reducida a ética si no se la quería ver reducida a la corrupción". No hay que olvidar que hasta Montesquieu se inspiró en él para formular su teoría de la separación y concordancia de poderes.

Diferencias históricas y paradigmas conceptuales al margen, los cambios que generaron fueron progreso. Por eso creo que deberíamos incorporarlos al elenco de autores que han contribuido en la aventura histórica común de ser dueños de la propia vida

Caso aparte merece John Locke, que intentó sustituir el modelo monárquico por otro mucho más igualitario, tal y como se lee en su Segundo tratado sobre el gobierno civil, defendiendo también la doctrina de la soberanía popular.

Más de un gobernante actual, que justifica sus desmanes legislativos bañándose en las aguas de la legitimidad electoral, debería recordar que Locke ya sostenía que un gobierno era legítimo no sólo por nacer del consentimiento, sino porque se comprometía a preservar eficazmente la libertad, la igualdad natural y la propiedad a la que todos tenían derecho. Incluso defendía una separación entre las Iglesias y el Estado.

Hasta Edmund Burke, considerado por Lassalle como "el último whig", entendía la acción de gobierno como dar cuenta puntual del ejercicio del poder, dado que había sido creado para velar por el beneficio del pueblo, no para someterlo arbitrariamente. Los derechos de los hombres eran irrenunciables –sostenía- y las leyes debían respetarlos. Burke manifestó asimismo la necesidad de poner coto a la casta de economistas y calculadores que conspiran siempre contra el mercado desarrollando conductas que anteponen su particular beneficio al bienestar del conjunto de la sociedad. Nada puede sernos más familiar.

La lista es larga. Pero creo que los ejemplos citados son más que suficientes para justificar la importancia de estas figuras históricas en el proceso de ampliación de las libertades y oportunidades de los ciudadanos de su época. Diferencias históricas y paradigmas conceptuales al margen, los cambios que generaron fueron progreso. En esa medida fueron progresistas. Por eso creo que deberíamos incorporarlos al elenco de autores que han contribuido en la aventura histórica común de ser dueños de la propia vida.