La política a menudo hace extraños compañeros de cama. Lo sabemos desde hace ya muchos años. No obstante, tal vez nunca se habrá llegado, al menos en España, a una cama políticamente tan revuelta, con tantos y tan curiosos intercambios de parejas, como se producirá en las próximas sesiones plenarias del Congreso de Diputados de los días 4, 5 y 7 de enero. Unas sesiones convocadas para que se proceda al debate y votación de la investidura como presidente del Gobierno del candidato a quien el rey Felipe VI le ha hecho este encargo, que no podía ser otro que Pedro Sánchez.

El secretario general del PSOE lleva ahora ya cerca de ocho meses como presidente del Gobierno en funciones, y ganó de forma muy clara las dos últimas elecciones legislativas. Por mucho que les pese a las tres derechas hispánicas del PP, Vox y C’s, así como a algunas de sus franquicias, y también a formaciones separatistas como JxCat o las CUP, está claro que Pedro Sánchez es el único candidato que puede alcanzar los votos necesarios para ser investido presidente. Cuenta con muchos más apoyos parlamentarios que los que podría conseguir cualquier otro posible candidato, aunque no parece que tenga garantizada una mayoría sólida y estable en las Cortes Generales. Erró en su táctica de forzar una segunda convocatoria electoral, pero a la postre los resultados de los comicios le han reforzado en su estrategia a medio y a largo plazo.

Para comprobarlo, basta y sobra observar las reacciones iracundas, explosivas y catastrofistas de todos aquellos que, por razones o motivos con frecuencia no ya dispares, sino abiertamente confrontados, se opondrán a la investidura de Pedro Sánchez. Será como mínimo curioso, cuando no risible, ver cómo votan lo mismo, por ejemplo, todos los diputados del PP, de Vox y de C’s y también todos los parlamentarios de JxCat y de las CUP. Para los representantes de las tres derechas hispánicas y sus franquicias, la investidura de Pedro Sánchez viene a ser como la irrupción en el Gobierno de España de la revolución marxista, del comunismo bolivariano y también de la ruptura definitiva del Reino de España. Por contra, para los representantes de JxCat y de las CUP esta investidura presidencial constituirá una traición imperdonable a la causa del secesionismo por parte de ERC, que con las abstenciones de sus diputados --y las de sus compañeros de grupo de EHBildu-- la acabará haciendo posible. Ver a los siempre obedientes y fieles seguidores de Carles Puigdemont y Quim Torra votar exactamente lo mismo que Pablo Casado, Santiago Abascal o Inés Arrimadas y sus leales y dóciles representantes parlamentarios, tendrá su aquel, tendrá algo casi de justicia poética. La política, sí, hace extraños compañeros de cama. Y los extremos se tocan, sobre todo cuando un extremo y otro sacan de paseo toda su artillería verbal. Todavía será más significativo constatar la coincidencia en el voto de los radicalmente antitodo de las CUP, no ya con los representantes del tan denostado y vituperado “régimen del 78”, sino incluso con exponentes muy cualificados de los que se proclaman sin rubor alguno como nostálgicos del franquismo, el verdadero “régimen” al que España entera estuvo sometida durante tantos, tantísimos años.

Pedro Sánchez, una vez sea ya definitivamente investido como presidente del Gobierno de España, deberá enfrentarse a un desafío histórico: liderar, por vez primera en la historia de nuestro país, un Gobierno de coalición progresista y de izquierdas, que todavía no tiene garantizado el apoyo sólido y estable de una mayoría parlamentaria y que deberá atender de inmediato retos urgentes en materias económicas y sociales, de empleo y de servicios fundamentales, y que deberá plantear también grandes acuerdos institucionales para resolver no solo el gran conflicto político existente en Cataluña, sino también para sentar las bases para la cada vez más imperiosa y urgente reforma de la Constitución.

Los profetas de calamidades --así solía denominar aquel hombre bueno que fue Ángelo Roncalli, el papa Juan XXIII, a los ultraconservadores curiales que con tanto ardor combatieron sus reformas conciliares-- nunca sirven para nada. Tan solo son tozudos y pertinaces obstáculos contra el necesario progreso. Sus jeremíacas proclamas, sus anuncios catastrofistas, son solo los estertores más grotescos de un mundo que se resiste a desaparecer, pero que de un modo u otro es consciente de su extinción inevitable, irreversible ya.

Comenzamos un nuevo año. En España tal vez no lo empezaremos de verdad hasta pasado el día de Reyes. La investidura presidencial de Pedro Sánchez no será, ni para él ni para nadie, un regalo. Será un desafío político muy importante. Viene al pelo la más inteligente y divertida felicitación de Año Nuevo que recibí de un buen amigo: “Que las cagadas del 2019 se conviertan en abono y fertilizante para 2020”. Y que los profetas de calamidades moderen sus malos augurios.