Desde las elecciones del 21D e incluso antes, a raíz de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, se ha instalado en Cataluña --y aún más en Madrid-- una sensación de distensión, basada en la creencia de que el procés tal como se ha conocido hasta ahora no se puede repetir. Esta distensión es comprensible sobre todo como reacción al tremendo estrés que el proceso soberanista ha producido en la sociedad catalana, ahíta de calma y de moderación.

La necesidad de aferrarse a la esperanza explica la comprensión con que ha sido recibido el discurso moderado del nuevo presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent, cuyo tono, ciertamente, se alejó del desabrido mitin con que Ernest Maragall abrió la sesión constitutiva como presidente de la Mesa de Edad y de la intervención de Carme Forcadell hace dos años en las mismas circunstancias. Torrent habló de “coser” la sociedad catalana, compuesta por “identidades cruzadas”, y no mencionó ni la República ni la independencia.

¿Pero basta este discurso para justificar tanto sosiego? De momento, solo son palabras, rodeadas de signos preocupantes que hacen dudar de si realmente el independentismo ha renunciado a incurrir de nuevo en los errores que lo llevaron a estrellarse contra el poder del Estado. En la misma composición de la Mesa, parece olvidarse que Torrent, antes de presidirla, era portavoz adjunto de Junts pel Sí y sus intervenciones en los debates preelectorales no pueden calificarse en ningún caso de suaves. Junto a él, el primer vicepresidente, Josep Costa, de Junts per Catalunya (JxCat), ha justificado en numerosos artículos todas las ilegalidades cometidas por el bloque independentista y es autor de un libro de título inequívoco: Secessió o secessió.

Pero, al margen de cualquier detalle, el solo hecho de que llevemos un mes discutiendo si se puede investir president telemáticamente o por delegación y si se puede dirigir la Generalitat desde Bruselas indica dónde estamos y hasta qué punto la política catalana es incapaz de salir del laberinto surrealista en que se encuentra. Estamos discutiendo lo indiscutible, como dice Felipe González, al que, por cierto, Carles Puigdemont acaba de comprarle la tesis del elefante. Dijo el expresidente socialista en la cadena Ser que si se llevara al extremo que todo lo que no prohíbe el reglamento del Parlament se puede hacer, podría darse el caso de que se eligiera presidente de la Generalitat a un elefante. Pues bien, Puigdemont declaró el viernes a Catalunya Ràdio que “lo que no está explícitamente prohibido se puede hacer”.

 

¿Adónde conduce el empecinamiento de Puigdemont? A ninguna parte que no sea al mantenimiento del artículo 155 y a la no recuperación de las instituciones catalanas

 

Encantado de haberse conocido en su burbuja particular, Puigdemont dijo más cosas. Por ejemplo, que puede presidir la Generalitat desde Bruselas, gracias a las nuevas tecnologías; que no está huido de la justicia española porque se fue libremente y se retiró la euroorden de busca y captura (no aclaró entonces por qué no vuelve), y que los letrados del Parlament, contrarios a la investidura a distancia, no son “el escaño 136”. Desde que emitieron su informe, los letrados ya están en el punto de mira de JxCat. Algún eminente representante de esta formación ya se ha preguntado quién los ha votado, confundiendo de nuevo la gimnasia con la magnesia. Simplemente, los letrados hacen su trabajo y corresponde a la Mesa hacerles caso o no.

Todo indica que no van a hacérselo. De momento, los cinco prófugos en Bruselas, incluidos Puigdemont y los dos de ERC, ya han solicitado la delegación de voto para la sesión de investidura. Desde luego, Puigdemont y sus fieles no tienen ninguna intención de no apurar hasta el final la posibilidad de que el “president legítimo”, como se autocalifica, sea “restituido” en el cargo.

El Gobierno, por boca de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, asegura que eso no sucederá. Lo dice con la misma rotundidad con que aseguraba que el 1-O no iba a haber referéndum y todos sabemos lo que ocurrió, lo que aconseja no abandonar el escepticismo, siempre tan sano.

¿Pero adónde conduce el empecinamiento de Puigdemont? A ninguna parte que no sea al mantenimiento del artículo 155 y a la no recuperación de las instituciones catalanas, que aparece, sin embargo, en todas las opiniones como la prioridad del independentismo. La lógica dice que Puigdemont debería volver o dejar paso a otro candidato. La lógica induce a pensar también que la vía unilateral está muerta desde el fracaso de la DUI. Pero la vía unilateral, en realidad, estaba muerta antes de nacer y, sin embargo, el independentismo forzó la máquina hasta el final para provocar al Estado a pesar de correr el riesgo de fracasar, como ocurrió. No puede descartarse que ahora sigan aplicando el mismo esquema.