Desde que Sólon, político, legislador, y uno de los Siete Sabios de Grecia, aboliera las durísimas leyes de Dracón --versión helénica del Talión judío, que abría la puerta a la reyerta y a la venganza personal--, otorgando derechos y deberes a todos los ciudadanos del Ática, en forma de Constitución, los atenienses entendieron que esa recién estrenada democracia era el más preciado de sus valores como civilización. Y la protegieron con encomiable celo. Incluso en los sofocantes días de verano, ceñían su pétaso, el sombrero de paja de ala ancha, recogían la orla de su himatión y ascendían resoplando hasta lo alto de la colina Pnyx, frente a la Acrópolis, donde discutían y dirimían cuestiones políticas, castigando a todo aquel que pervirtiera la ley. Abominaban, por norma, del exceso y de la ostentación impúdica derivada del lucro desmesurado --siempre fueron gente sobria, a diferencia de los romanos--, pero sobre todo del engaño artero, de la mentira, y de las falacias propias del sofista lenguaraz.

Por eso, cuando un embaucador les ofrecía pasaje a una Ítaca idílica, en trirreme mal calafateada, incapaz de arribar siquiera a Salamina, o les aseguraba que vivirían mejor que Apolo y sus amantes si le apoyaban, agarraban fragmentos de vasijas y garabateaban el nombre del cabrón de turno con un punzón; después, los amontonaban y los recontaban. Esos cascotes, en griego, reciben el nombre de ostrakon. Y de ahí el término ostracismo. Cogían por el pescuezo al sicofante rufián o al astuto iluminado de turno y le acompañaban hasta la puerta de la ciudad, informándole de que o bien se exiliaba por las buenas, hasta nuevo aviso, o le pateaban el culo hasta el Helesponto sin piedad alguna.

Por fortuna, ha llegado la hora de la verdad, el momento en que todas las mentiras van a ser desveladas y todas las cartas puestas boca arriba, porque a la gran estafa del nacionalismo independentista le queda un café y un corte de pelo a lo sumo

Veinticinco siglos después, lejos de haber perfeccionado ese saludable modo de mantener la inmundicia a raya, fuera de la vida pública, nos contentamos con que los felones sean castigados con una multa --que acabamos pagando nosotros--, un tirón de orejas y una inhabilitación de pocos meses, tras mentir, manipular, robar y despilfarrar, difamar y sembrar odio e inquina. Pero, por fortuna, ha llegado la hora de la verdad, el momento en que todas las mentiras van a ser desveladas y todas las cartas puestas boca arriba, porque a la gran estafa del nacionalismo independentista le queda un café y un corte de pelo a lo sumo. La cosa no da para más, no tiene más recorrido: Faites vos jeux... rien ne va plus!, como dicen los crupiers en los casinos.

Y es que los que han convertido el proceso de secesión en un modus vivendi, pervirtiendo la democracia en Cataluña, están atrapados en su propia ratonera, sin saber cómo salir de ella. Veamos.

Mientras Puigdemont empapela la pared de su despacho con la enésima notificación del TC, y el Govern se devana los sesos buscando de qué partida hurtar el dinero para el referéndum, la Fiscalía analiza con lupa a toda empresa y proveedor que pudiera facilitar la logística de esa nueva charlotada. Y es que a estas alturas ya a nadie le llega la camisa al cuello. Y aún menos a Oriol Junqueras, que clama y reclama al cielo y a Meritxell Borràs, de la Consejería de Gobernación, ocho mil urnas que ella se niega a comprar sin una orden exculpatoria por escrito. Puedo imaginar el acceso de bilis del tumbaollas de ERC ante la negativa, y su temblequeo, porque es muy duro rozar con los dedos de la mano el poder, y la mamandurria que conlleva, y exponerse a perderlo todo en una condena, que en su caso sería fulminante, por malversación, prevaricación y reticencia a la enmienda.

En paralelo, a la ANC de Jordi Sànchez y a Òmnium de Jordi Cuixart les sacuden otros 90 mil euros de multa por uso y disfrute de bases de datos ilegales; a Marta Rovira le cae la del pulpo por adelantar la idea chiripitifláutica de que para no involucrar al funcionariado en el referendo, la organización y ejecución podría ser llevada a cabo por patrióticos parados, pagados a razón de 120 euros, más bocata de atún, chupito de ratafía y litografía limitada de Artur Mas crucificado. Finalmente, a Forcadell --pronúnciese Forcadella-de-Vil-- la oposición la acusa y pone en un brete por sectarismo y mala praxis parlamentaria.

Lo dicho: sálvese quien pueda. El prusés pinta en bastos. Cada día más. Es tan monumental e hilarante la astracanada, tan berlanguiana, que no sería de extrañar que entre los partidos soberanistas acabaran a guantazo limpio

Para colmo de males, la guinda: Jimmy Carter le da calabazas al MHP, al tiempo en que un comunicado oficial de EEUU, hecho público en los últimos días, reafirma los estrechos y sólidos vínculos de amistad y cooperación entre el gobierno estadounidense y el español, reiterando, una vez más, que la "cuestión catalana" es asunto interno de España, a la que desea ver fuerte y unida en el futuro.

Lo dicho: sálvese quien pueda. El prusés pinta en bastos. Cada día más. Es tan monumental e hilarante la astracanada, tan berlanguiana, que no sería de extrañar que entre los partidos soberanistas acabaran a guantazo limpio, porque no pasa día sin que los unos desmientan y enmienden la plana a los otros. De ahí que Cocomocho les convoque para llamarlos al orden y para asegurarse de que, de hundirse el barco, se hundirán todos juntos; porque más allá del lema We’re only in it for the money --parafraseando a Frank Zappa--, no se soportan ni en pintura.

El independentismo está irremediablemente condenado a consumir, una a una, las amargas uvas de la ira, en un paisaje desolado en el que todos deberemos aprender a convivir. No será fácil en absoluto. Olvidar es imposible. Y perdonar, ya veremos...

Se acerca el invierno.