Más pronto o más tarde, el chasis del procés aparecerá sin gloria en los talleres de desguace. Mientras, la política catalana se ha convertido en un imperdonable embrollo que transcurre al margen, si no en contra, de las prioridades inmediatas de la ciudadanía. El independentismo acabará exhausto por sus divisiones internas pero el ciudadano, salvo si se identifica con grupúsculos radicales, hace tiempo que ha llegado al hartazgo. Aumenta el deseo de políticas del sentido común, sobre todo porque la alternativa es un declive con características de autodestrucción. Lo primero es lo primero.
Es penoso constatar que la opinión pública inducida parece, con gran distancia entre la apariencia y la realidad, centrarse en cómo buscar dinero del contribuyente para pagar las multas del procés y no en las consecuencias económicas y sociales de la pandemia, con no pocos síntomas de un estado muy amplio de desconcierto, en una quiebra de la cohesión, como ocurre con los botellones y la nueva ola del virus. Es en momentos así que una sociedad debiera enfrentarse a sus contradicciones pero es como si ya estuviéramos acostumbrados a que la política no estabilice sino que contribuya a la dislocación. Desocuparse de lo principal y común a todos es una de las claves del procés.
Por ejemplo: ante un riesgo tan manifiesto de fragilidad, a la portavoz de ERC solo se le ocurre decir que el problema es que en la lengua castellana no existe una palabra como enraonar, que es hablar usando la razón. En definitiva, España no usa la razón mientras que el independentismo parte del rigor de su enraonar exclusivo. Incidentalmente, ERC también está diciendo que la mitad de los ciudadanos de Cataluña no usan genuinamente la razón porque no hablan en catalán. No hace falta ser lector de Ortega para percatarse de la precariedad intelectual que es uno de los rasgos del procés.
Se diría que, siendo ERC determinante en el gobierno de la Generalitat, las responsabilidades que le correspondan en el nuevo desbordamiento de la pandemia pueden ser sobrellevadas usando el verbo enraonar. Es algo como para irse a las playas de Barcelona con un megáfono y disolver los botellones apelando a enraonar. Enraonar con las nuevas cepas. Encuestas muy recientes dan indicios de un cansancio de la ciudadanía catalana con el procés. Los únicos que no se cansan son los portavoces del este segundo procés, espoleados por la ANC o Òmnium. Es el huevo de la serpiente, el tuit de Rufián recordando el pago a Judas y es Puigdemont huyendo agazapado en el maletero de un coche. Con la participación de ERC, las mesas del diálogo pactadas con Pedro Sánchez van a ser una nueva y creativa conjugación del verbo enraonar. Es asi como la "puta España" cambiará de raíz el día que aprenda a enraonar.