El PSOE celebra este domingo las terceras elecciones primarias de su historia en un clima de enfrentamiento abierto y de división en el que la votación de los militantes probablemente no resolverá nada y dejará a la formación más partida. Pese a las promesas de que el vencedor o vencedora lo primero que hará es llamar al perdedor o perdedora para restablecer la unidad, la impresión general es que los dos bandos del partido son ya irreconciliables.

De esta situación no tienen la culpa, evidentemente, las primarias, pero el momento invita a reflexionar sobre la utilidad de este procedimiento, importado, como tantas cosas, del otro lado del Atlántico Norte. Sin embargo, las diferencias entre Estados Unidos y Europa en el sistema de partidos son, como en tantas cosas también, considerables.

En Estados Unidos, las primarias las convocan los dos grandes partidos, el Demócrata y el Republicano, para elegir al candidato a la presidencia del país. Participan los votantes de cada formación en su respectiva primaria, que eligen delegados y después la convención demócrata o republicana se limita a ratificar al candidato ganador, aunque podría no hacerlo, pero no es lo habitual. En Estados Unidos, no obstante, los partidos políticos son muy distintos a los europeos, son puras maquinarias electorales en las que apenas existe poder orgánico. ¿Quién conoce al presidente o al secretario general del Partido Demócrata o del Republicano? Es un desconocido del gran público incluso en Estados Unidos.

El momento invita a reflexionar sobre la utilidad de las primarias, un procedimiento importado, como tantas cosas, del otro lado del Atlántico Norte

Este modelo ha sido imitado en algunos países europeos, como Francia o España, por ejemplo. Pero con diferencias. En Francia, las primarias no eligen a los dirigentes de los partidos, sino a los candidatos a la jefatura del Estado, tanto en la derecha (Los Republicanos) como en el Partido Socialista (PS), las únicas fuerzas políticas que las han celebrado antes de las recientes presidenciales. Y no puede decirse que con éxito, ya que tanto François Fillon, candidato de la derecha, como Benoît Hamon, elegido en el PS, fueron eliminados en la primera vuelta de las elecciones, mientras que pasaron a la segunda Emmanuel Macron, exministro socialista que no se sometió a las primarias, y Marine Le Pen, que tampoco lo hizo. Macron alcanzó después la presidencia aunque no tuviera un partido detrás.

En España se ha copiado seguramente lo peor del modelo. Las primarias celebradas en algunos partidos o son una broma en las que siempre gana el predestinado por la dirección (caso de Ciudadanos, por ejemplo) o se convierten en amargas experiencias, como en el PSOE. Las primeras que organizó el partido socialista se produjeron en 1998 (para la candidatura a presidente del Gobierno entonces), y ganó Josep Borrell frente al secretario general designado por Felipe González, Joaquín Almunia. Pero la candidatura de Borrell acabó como el rosario de la aurora, con su dimisión 13 meses después por un asunto de corrupción de algunos excolaboradores que le afectaba solo tangencialmente, pero que fue utilizado por el aparato del partido y por ciertos poderes mediáticos para descabalgarle.

Las segundas primarias, ganadas por Pedro Sánchez frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, tampoco puede decirse que culminaran con éxito. Después de dos años y tres meses en el cargo de secretario general, Sánchez fue "derrocado" por el bochornoso comité federal del 1 de octubre de 2016 cuyas consecuencias todavía se pagan.

Las primarias, abiertas a los simpatizantes y no solo a los militantes, tienen más sentido para elegir al candidato electoral que para designar un cargo orgánico como el de secretario general

Este domingo se celebran las terceras primarias del PSOE, a las que se llega tras no pocas reticencias sobre la imparcialidad de la comisión gestora y del aparato del partido en la organización (en Francia, las primarias las controla una autoridad independiente de los partidos). El candidato o candidata elegido por los militantes deberá ser ratificado por el congreso de junio y será el nuevo secretario o secretaria general del partido, cortando así el paso a otro candidato o candidata que aspirara a ser la cabeza de cartel electoral. Porque en España, tal como están montadas las primarias, es inconcebible la separación de las figuras de secretario general y candidato a la presidencia del Gobierno.

Y ahí radica probablemente el mayor fallo del sistema. Las primarias, abiertas a los simpatizantes y no solo a los militantes, tienen más sentido para elegir al candidato electoral que para designar un cargo orgánico como el de secretario general, más dedicado al trabajo interno, a lograr la cohesión del partido. Pero, ahora, una elección condiciona la otra y el partido se destruye en su batalla interna en lugar de abrirse a la sociedad.