Que mejor que usar el título de una canción de JLo para titular una crónica esta semana. Porque la portorriqueña nacida en el Bronx, juntamente con la colombiana fiscalmente residente en Bahamas y con casa familiar en Esplugues, ofrecieron uno de los mejores espectáculos en la media parte de la historia de la SuperBowl americana. La competición la ganó el equipo de la ciudad hermanada con Sevilla, Kansas City, que por eso luce la bandera española en su pantalón. Por cierto, el Presidente de su país no sabe ni al estado que pertenece la ciudad, Missouri, no Kansas, my friend.

La música de las dos divas latinas puede gustar más o menos, pero lo que es innegable es que los 14:21 minutos que duró su actuación rebosaron ritmo y energía, feminismo y feminidad, reivindicación a favor de los inmigrantes desde el máximo respeto, identidad latina como refuerzo a la inclusión nacional y sobre todo, trabajo, trabajo y más trabajo para dar como resultado un espectáculo perfecto, como lo fue la realización televisiva y los 8 minutos en los que cientos de profesionales montaron y desmontaron un espectacular escenario sobre el terreno de juego de uno de los mayores espectáculos deportivos del mundo.

Puede parecer frívolo equiparar los presupuestos de un Estado y de una de sus más relevantes comunidades autónomas con un espectáculo musical. Sin duda lo es, el espectáculo rezumó profesionalidad y preparación por todos sus poros, lo de los presupuestos es de un amateurismo y tactismo alarmantes. Que me disculpe JLo.

Tenemos unos políticos que han encontrado en las elecciones su única razón de ser, cuantas más elecciones mejor. Cumplir con las promesas y administrar a los ciudadanos parece totalmente secundario. Tras el acuerdo de investidura del Presidente Sánchez es muy difícil, si no imposible, desbancarle del poder porque no habría manera de construir una mayoría a la contra que aupase a un candidato alternativo. Pero una vez en el gobierno algo habrá que hacer y si no se logran las herramientas necesarias, los presupuestos, lo que se puede hacer es más bien poco. El tactismo ante todo.

Y en este mundo táctico nos encontramos con un calendario plagado de elecciones autonómicas (Cataluña, Euskadi y Galicia) que complicará muchísimo la aprobación de los presupuestos generales del Estado porque los votos de ERC, PNV y BNG son necesarios. Hasta que no sean las elecciones catalanas parece asumido que no habrá presupuestos.

Pero siguiendo la liturgia procesista no tenemos fecha, tenemos una convocatoria que recuerda a la independencia, parece que sí, pero en realidad es que no. Nos movemos entre la urgencia de anticiparse a la inhabilitación por parte del Tribunal Supremo al deseo de inmolarse y convocar elecciones el 1 de octubre, todo ello con el riesgo jurídico de la interpretación del estado actual del ex diputado Torra y, por tanto, ex, o no ex, President que permitiría cuestionar la validez de todos sus actos.

La judicialización de la política catalana que hemos vivido hasta ahora quedará en una nimiedad según pasen los días y se acerquen las elecciones. Y algo parecido pasará en el Congreso de los Diputados con Vox con un número de diputados suficiente para recurrir día sí, día también, los proyectos de Ley al Constitucional.

Pero con o sin elecciones catalanas, vascas o gallegos necesitamos presupuestos, aunque no sean los mejores, porque los retos del futuro cercano son enormes. Los presupuestos deben servir para concretar una nueva política industrial que contemple la transformación digital pero sobre todo las necesidades de retención y atracción de empresas y reindustrialización.

Hay que armar un potente e innovador paquete de ayudas para no quedar descolgados del futuro. Es necesario reinventar nuestra política energética, potenciando de manera inteligente las renovables y sobre todo el autoconsumo. Hay que dar respuesta a las catástrofes naturales, cada vez más frecuentes.

La evolución del empleo requiere preparar fondos no solo para el subsidio de desempleo sino sobre todo para políticas activas de empleo. Necesitamos aumentar el número de médicos y jueces, equipar salarios de las fuerzas y cuerpos de seguridad, mantener las autopistas que se liberalizan, desarrollar la privatización del tráfico ferroviario, dar sentido económico a leyes de igualdad y dependencia, la España vacía no se llena con emoticonos, hay que invertir y ayudar, la inmigración sigue siendo un reto no del todo resuelto….

Y todo esto en una economía mundial en la que Estados Unidos entra, también, en campaña, y todo puede pasarles a nuestras empresas si comienzan a aplicarse aranceles a empresas europeas pero también por sanciones específicas para las que trabajan en Cuba o Venezuela. Una economía mundial en la que Reino Unido deja, ahora sí, la Unión Europea y en la que China flojea no es un entorno sencillo al que podamos ir con soluciones antiguas. Y por si fuera poco ahora tenemos la complicación del coronavirus, un bichejo que no solo provoca serios problemas de salud en todo el mundo sino que lleva camino de cargarse la joya de la corona, el Mobile, algo que no fueron capaces de hacer las huelgas de taxis, metro, autobuses, las limitaciones a la competencia en la movilidad y los horarios o el propio procés.

En definitiva, el viento de cola para la economía hace tiempo que roló y el Estado debe ayudar a la economía a remontar.

Con poco que se complique la situación política nos vamos a unos presupuestos de aliño para después de verano y, ojalá, unos presupuestos de verdad para 2021, lo que constituiría una auténtica irresponsabilidad, además de un daño relevante para nuestra economía. Lo mejor es que para las siguientes elecciones se vayan a casa los amateurs y JLo se presente a presidenta.