En los días que vivimos, La vida es sueño de Calderón la Barca adquiere una vigencia sugestiva e inquietante, la que nunca ha perdido. De sus páginas declamadas se han extraído lecciones morales, filosóficas, religiosas, educativas, psicológicas, etc. Sin embargo, como ha recordado Francisco Rico, este drama es ante todo una obra de teatro, construida para captar la atención de los espectadores y para maravillarlos, no hay que buscar ni verosimilitud ni aleccionamiento.

Si releemos algunos pasajes de esta obra sobre la libertad humana no encontraremos lecciones aplicables a nuestro presente, acaso evocaciones del estar entre rejas de políticos actuales, similitudes tan sólo. Qué decir, por ejemplo, del final de la obra con la conocida petición de perdón al público de Segismundo por sus faltas y excesos cometidos. El príncipe rebelde, reconociendo de antemano entre los espectadores la cara de extrañeza que su ruego va a ocasionar, interacciona con ellos y les pregunta: “¿Qué os admira? ¿Qué os espanta si fue mi maestro un sueño y estoy temiendo en mis ansias que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión?”.

Nada más lejos en la actual deriva del procés que una petición de perdón, no hay semejanza alguna con el comportamiento de los políticos nacionalistas encausados por presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Aunque, tiempo al tiempo, porque no es menos cierto que ante el juez han recurrido al simbolismo de los gestos. Como dice Segismundo cuando todavía estaba en prisión, “estamos en un mundo tan singular que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive sueña lo que es, hasta despertar”.

Nada más lejos en la actual deriva del procés que una petición de perdón, no hay semejanza alguna de Segismundo con el comportamiento de los políticos nacionalistas encausados por rebelión, sedición y malversación

De las tres jornadas del drama calderoniano son las diecinueve escenas de la segunda en las que el conflicto entre la realidad soñada y el sueño real se manifiesta con más intensidad. Para comprobar si Segismundo será un rey tirano y cruel, tal y como presagiaron en su nacimiento, el rey Basilio --su padre-- decide darle una oportunidad. Lo sacan de la prisión y lo llevan dormido a palacio y, efectivamente, ya despierto se comporta como las estrellas habían adelantado: violento, autoritario, déspota, etc. Visto lo visto, al rey no le queda más remedio que dormirlo y encerrarlo otra vez en la torre. El preso liberado ha reincidido. El rey actúa como juez y le priva a Segismundo de su libertad porque ha demostrado que no controla ni sus instintos ni su ira; cegado por su afán de destruir, el encarcelado es incapaz de respetar, de tomar decisiones sabias y correctas. La duda calderoniana es si esa incapacidad para dominar sus impulsos es consecuencia del encierro o está predeterminada por los designios celestes.

Al final tendrá que ser el pueblo de Polonia en la tercera jornada que, enterado de que tienen como príncipe a un extranjero y no a Segismundo --el legítimo heredero--, se rebele y lo libere. En el enfrentamiento las tropas del príncipe vencen a las del rey, pero Segismundo no ejecuta a su padre, sino que se postra ante él por haberse levantado. Ante esa lealtad y generosidad el rey le cede al trono. Es la vuelta a la legalidad la que permite que a Segismundo se le reconozca su legitimidad como príncipe capacitado para gobernar. Ya lo había reconocido cuando aún estaba en prisión: “Reprimamos esta fiera condición, esta furia, esta ambición, por si alguna vez soñamos”.

Harto difícil es volver de la realidad soñada si el sueño ha sido vivido como real. Ahora ya sólo es el juez quien tiene derecho a decidir. Al resto de poderes no les queda más que medida y contención, diálogo y negociación dijo Rosa Maria Sardà. Un despertar convulso puede ocasionar tanto daño como el que ya ha causado el vivir soñando, porque si toda la vida es sueño de lo que no hay duda es que “los sueños, sueños son”.