La asquerosa corrupción política ha vivido esta semana dos episodios contrapuestos. Uno tiene de protagonista al lenguaraz Francisco Granados, exsecretario general del PP madrileño y exconsejero de Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad. Antes fue alcalde de Valdemoro. El otro, a Francisco Javier Guerrero, preboste del socialismo andaluz, no menos locuaz y dicharachero.

Granados ha largado a discreción, sacando a relucir los trapos sucios de sus colegas de partido. Guerrero, en cambio, ha mostrado una cautela desusada y un respeto infinito por sus amadísimos compañeros. Más aún. Asegura que si alguna vez habló mal de ellos, lo hizo bajo presiones enormes.

Granados, a quien Mariano Rajoy llamaba “el paleto de Valdemoro”, ha declarado en la Audiencia Nacional que Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes, los tres últimos presidentes de la comunidad, estaban al tanto de la financiación ilegal del PP. De paso, como quien no quiere la cosa, deja caer que Cifuentes y González mantenían una relación sentimental.

Tras su deposición, los jueces conceden al manifestante una credibilidad sólo “relativa”. Por su parte, Aguirre y González se limitan a dar la callada por respuesta y no han dicho esta boca es mía. Cifuentes ha montado en cólera y anuncia la interposición de una querella en salvaguarda de su honor.

Lo de Granados tiene toda la pinta de ser una venganza personal pero, en todo caso, el PP madrileño anda metido en un fregado de corrupción de padre y muy señor mío

Lo de Granados tiene toda la pinta de ser una venganza personal. El terceto al que ha puesto como un perejil es antagonista suyo. Es sabido que en este valle de lágrimas existen tres categorías de rivales: los enemigos, los enemigos mortales y, la peor de todas, los compañeros de partido.

En todo caso, el PP madrileño anda metido en un fregado de corrupción de padre y muy señor mío. Los jueces dirán si Granados dice la verdad o miente como un bellaco. De los sumarios instruidos se desprende que "el paleto de Valdemoro", presuntamente, se apropió de comisiones y mordidas a manos llenas.

Así, mientras en el PP capitalino se apuñalan por la espalda con una soltura digna de mejor causa, en el PSOE andaluz no parece sino que reine una suerte de ley del silencio, que a todos les conviene como el aire que respiran.   

El asunto en liza se refiere a los famosísimos expedientes de regulación de empleo falsos. Se trata probablemente del mayor saqueo de fondos públicos perpetrado nunca en España. Ahora se ventila el juicio correspondiente. En el banquillo se sientan dos personajes estelares, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, excapitostes de la Junta andaluza.

Mientras los socialistas se mantienen fieles y leales a los suyos ante los jueces, en el partido de la derecha se acuchillan y despellejan sin piedad

En el epicentro del escándalo se encuentra el inefable Francisco Javier Guerrero, llamado “el parlero”. Fue director general de Trabajo y Seguridad Social entre 1999 y 2008, a las órdenes sucesivamente de tres consejeros de Trabajo. Es él quien destapó la inmundicia de los eres, que ha supuesto un latrocinio de 850 millones de euros.

Declaró a la jueza instructora Mercedes Alaya, en varias ocasiones, que los jefazos de la Junta conocían al detalle la irregularidad de las ayudas que se concedían. Sin embargo, esta semana se hizo el sueco ante el tribunal que le juzga. Aseveró que sus pasadas declaraciones las realizó bajo una presión policial y mediática insoportable. Y se retractó de todo lo dicho. Ahí es nada.

Guerrero merece figurar con todos los honores en la galería del esperpento nacional. Su chófer contó a la jueza que Paco Guerrero tenía la asombrosa costumbre de despachar los asuntos de su departamento en la barra de un bar. Que allí pasaba mañanas y tardes enteras tomando un gintonic de Beefeater tras otro, y su correspondiente Marlboro, mientras trataba asuntos con quienes le habían pedido audiencia.

Dijo más. Que conductor y conducido eran aficionados a consumir cocaína en cantidades industriales. Que el dispendio en copas, polvos blancos y juergas sin cesar ascendió a varios cientos de miles de euros, sustraidos de los fondos destinados a los parados andaluces. Y que el propio mecánico fue receptor de ayudas de la Junta en el marco de los eres por valor de 900.000 euros, que empleó en adquirir varias casas.

Los dos casos transcritos, el de Madrid y el de Andalucía, revelan una sustancial diferencia entre PSOE y PP. Mientras los socialistas se mantienen fieles y leales a los suyos ante los jueces, en el partido de la derecha se acuchillan y despellejan sin piedad.