El PP alcanzó el gobierno autonómico andaluz por primera vez en 2019, pese a haber obtenido su peor resultado electoral y con un candidato anodino. Fue tocar poder y la maquinaria propagandística del malagueño Elías Bendodo se puso en marcha, y de qué manera. El Centro de Estudios Andaluces, dependiente de la Consejería de la Presidencia, mutó en un órgano al servicio de la demoscopia privada y comenzó a generar su propia opinión pública, a cargo del erario de todos. Se trataba de reinventar la realidad, y no mover casi nada o lo menos posible. La pandemia jugó a favor de Juanma y su equipo de gobierno.

Los avances en enseñanza y sanidad, que no educación y salud, fueron los pilares básicos en los que se fundamentó la hegemonía socialista desde 1980 y durante algo más de dos décadas. La política del PP desde 2019, a cuyo cargo ha estado la Consejería de Salud, ha seguido con el mismo planteamiento de recortes que ya aplicase desde 2004 la actual ministra de Hacienda del Gobierno socialista, consejera de Salud hasta 2013. Una década más tarde, el debilitamiento de la sanidad pública en Andalucía ha continuado el desastroso camino iniciado por María Jesús Montero. Ahora, casi pasada la pandemia, todo continúa igual: se invierte lo mismo o, si se puede, un poquito menos.

El desembarco en el gobierno autonómico de conservadores y liberales no ha alterado las partidas de gastos en enseñanza y sanidad, las más importantes de todo el presupuesto, y sólo han aumentado excepcionalmente en función de las nuevas y perentorias necesidades, sobre todo en atención primaria como consecuencia de la pandemia.

El cambio del PP ha sido inmóvil. El dinosaurio de la Junta aún sigue ahí. Es una cuestión de barniz, ahora más andalucista (sic) y algo más liberal y ligeramente más transparente en algunas cuestiones económicas, pero poco más. Todo aparenta ser más sencillo y claro, como la simplona pero carísima nueva marca genérica de la Junta: A. Ha sido un cambio de escaparate, en la tienda se vende lo mismo, previo cambio de etiquetas. Durante tres años y medio, el cometido del equipo de márketing dirigido por Bendodo ha sido convencer a los andaluces que ellos mismos están de acuerdo con el cambio inmóvil. Las elecciones dirán si lo han conseguido.

La invención de la marca Juanma ha sido otro de los productos exitosos de la factoría Bendodo. Ha sido una apuesta por aligerar a la derecha de su pasado rancio y señorito. Tanto aire se ha insuflado al globo Juanma que los populares han tenido que prescindir de las siglas del partido, lastrado por la corrupción. Una vez más, se trata de una apuesta clara por los personalismos, en línea con el modelo contemporizador y ambiguo de Feijóo y no tanto con el vocinglero y populista de Ayuso.

Con estas técnicas de comercialización, el autonomismo ya no es entendido como una descentralización en beneficio de la ciudadanía, sino como un constructo de suma de taifas. De esa fragmentación clientelar al discurso plurinacionalista solo hay un pequeño paso, el que ha dado el gran hacedor Bendodo. Poco importa que, hace ahora cinco años, el presidenciable Juanma dijese que ese discurso era un timo. Si Moreno Bonilla fuese un gobernante serio hubiera cesado a su mano derecha de inmediato, puesto que sus declaraciones, estés o no de acuerdo con él, son propias de un timador. No ha habido cese porque el desliz no ha sido ideológico, sino mercantil.

Vivimos tiempos líquidos, y nuestros gobernantes están empeñados en adaptar sus discursos a la fragilidad de la memoria, a la volatilidad y al consumo rápido. Normalizar esta veloz digestión de tanta palabrería tiene un gran riesgo iliberal: vaciar de sentido la necesaria existencia de los políticos.