Sin esperar a la sentencia del Tribunal Supremo, y aprovechando que la justicia comunitaria había determinado que los países de la UE podían iniciar acciones legales contra la aplicación UberPop sin necesidad de pasar por Bruselas, el Gobierno español ha decidido posicionarse a favor del taxi frente a los VTC --Uber y Cabify-- con una propuesta de ley que permitirá limitar las licencias de este tipo de vehículos en una proporción de 30 (taxis) a uno (VTC).

El Gobierno se adelantaba así a la sala tercera del Tribunal Supremo que había dejado vista para sentencia la demanda interpuesta por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) contra las restricciones que sufren los vehículos de alquiler con conductor.

Sin saberlo o quizá por ser demasiado consciente de lo que se avecina, tanto la justicia comunitaria como el Gobierno español han decidido aplazar en el tiempo algo que bulle en las sociedades avanzadas desde hace años, propiciado por dos conceptos enfrentados que luchan por imponerse y que amenazan con cambiar las bases del actual modelo económico. Poseer versus disfrutar.

Un debate tan emergente como sugerente que empieza a tomar cuerpo en muchos rincones del mundo desarrollado y que amenaza con cambiar el sistema imperante hasta ahora. Es un nuevo concepto de economía que queda reflejado a la perfección en lo que alguien ha bautizado como Generación NOwners: ni contrato, ni coche, ni casa, ni música, ni bolso, hasta el punto de que el tradicional concepto de acumular riqueza ha entrado en crisis y amenaza con pasar a mejor vida.

Más de la mitad de la población conocida como millennial desprecia la aspiración de sus padres: prefieren disfrutar a poseer

Los tiempos mandan y la incertidumbre y la inestabilidad que se han instalado en las sociedades capitalistas son realidades que se están imponiendo. En estas circunstancias, la propiedad puede que haya dejado de ser un robo como proclamaban los anarquistas de finales de XIX, para convertirse en un engorro. Ya veremos quien termina pagando las consecuencias.

Dicen las estadísticas que más de la mitad de la población conocida como millennial desprecia la aspiración de sus padres: prefieren disfrutar a poseer. Ese porcentaje creciente de jóvenes españoles que nacieron a caballo entre los ochenta y los noventa, no aspira a poseer cosas sino sólo a usarlas cuando las necesitan.

Y tienen sus razones que van desde la precariedad salarial a la inseguridad laboral. El mundo y las tecnologías, entre otras cosas, ofrecen formulas que están lejos de los conceptos tradicionales de movilidad y para esta sociedad nómada, según los sociólogos, acumular bienes no es más que un lastre.

Pero este modelo no solo afecta a los jóvenes. De ello, son muy conscientes sectores como el del automóvil, el inmobiliario o el de los contenidos. Todos ellos, comprueban como no solo las nuevas generaciones han dejado de identificar patrimonio y  pertenencias con un futuro próspero, pasando a alquilar o a compartir vivienda, automóvil, ropa, complementos y todo un abanico de productos y servicios que el mundo digital pone a su alcance. Muchos de sus mayores comienzan a percibir que algo está cambiando.

Si se prohíbe el modelo Uber o se ponen restricciones a Airbnb, solo se necesitan horas para que nazcan nuevas herramientas de intercambio de servicios o de cosas

La sociedad empieza a echar cuentas y comprueba que comprar una vivienda, un coche, un garaje, es una operación cara dadas las circunstancias actuales de precio y uso y así se empieza a entender el fenómeno y a aprender a conjugar términos como el carsharing, el carpooling, el co-working, el peers to peers, el crowdfunding, el clothesharing, el lifehacking o el fenómeno de los “apartamentos turísticos” que pone de los nervios a mas de uno.

El problema a futuro lo van a tener los fabricantes de automóviles o las constructoras y las inmobiliarias como lo ha tenido el sector del ocio ligado a internet y al mundo digital. Y además, Hacienda también hace números.

Y en medio de ese proceso, aparece el fenómeno de la sharing economy, mal traducida al español por economía colaborativa, que empieza a convertirse en un serio quebranto para sectores hasta ahora importantes para la economía española como el hotelero o el automovilístico.

De la misma manera que resulta complicado poner puertas al campo, lo es terminar con un proceso que parece imparable, lo diga el gobierno o el Tribunal Supremo, porque para ello la sociedad de la información juega a favor de este nuevo sistema y si se prohíbe el modelo Uber o se ponen restricciones a Airbnb, solo se necesitan horas para que nazcan nuevas herramientas de intercambio de servicios o de cosas.

Un mundo nuevo está naciendo y pobrecito el que no se acomode a él.