La irrupción de Salvador Illa en la política catalana ha revolucionado las expectativas de unas elecciones que conducían, con algunos ajustes, a la repetición de los resultados de 2017. Emerge la posibilidad de una victoria socialista y ello parece despertar de la resignación a muchos que daban por hecho un nuevo gobierno independentista. Y es que la personalidad y propuesta política de Illa responde a lo que, de manera apremiante, necesita Cataluña. Así:

En primer lugar, facilitar el reencuentro, lejos del frentismo y el revanchismo. La política ha llegado a tal nivel de radicalización que ya no basta con vencer, se trata de destruir al adversario. Una fractura que se da entre quienes defienden posiciones distintas, pero, también, en el seno de un mismo partido o bloque político. La rivalidad y desprecio mutuo que se percibe en al actual gobierno catalán o, incluso, entre las múltiples corrientes de la extinta Convergència, constituyen su ejemplo más paradigmático.

A su vez, recuperar el buen tono institucional. Desde el inicio del procés, lo que se ha pretendido vender como un ejercicio de radicalidad democrática, no ha sido más que un zarandeo continuo a la buena práctica institucional. Los intereses de partido, o de supuestas mayorías,  han prevalecido por encima del respeto a las instituciones, que son de todos y se deben a todos.

De manera inmediata, gobernar atendiendo a la única prioridad: la salida de la dramática crisis social y económica que nos deja el covid-19. Cualquier otra prioridad sólo servirá para debilitar, aún más, una economía y sociedad ya exhausta.

Finalmente, reforzar la función pública, que ha alcanzado unos niveles de incompetencia extraordinarios. La incorporación masiva de personas a cargos de responsabilidad atendiendo exclusivamente a su afinidad doctrinal, sin preparación ni experiencia, ha deteriorado en extremo el día a día de la administración, aquella labor silenciosa que incide directamente en el bienestar ciudadano. Además, este nepotismo ideológico desanima y desorienta a buenos funcionarios, reducidos a la condición de meros burócratas.

Salvador Illa puede, más que ningún otro candidato, dialogar con unos y otros, recuperar el buen hacer institucional, priorizar la salida de la crisis, y atraer a personas capacitadas a la tarea común de los próximos años. Las personas de su partido que le acompañan responden a un perfil similar. Como, también, Ramon Espadaler y los suyos quienes, con sus matices, enriquecen la propuesta socialista.

Estas son las razones por las que nos conviene Salvador Illa. Y por las que el ex ministro irrita sobremanera a los que, de uno u otro bando, han hecho de la fractura su razón de ser. Mucha suerte el 14-F.