Este personaje sostiene por escrito que ha sido hasta ahora un error “detener la vía eslovena, porque hubiéramos tenido unas cifras de muertos parecidas a las de aquel país pequeño pero orgulloso y libre”.

Vale, otro chifladito. Pero ¿qué hace la publicidad de Caixabank sustentando estos disparates?

Como todos sabemos, “la vía eslovena” es la declaración de independencia (lo que llaman “la DUI”) de junio de 1991 y la guerra civil, apoyada, eso sí, por las grandes potencias. A finales de los años 80 Eslovenia se había armado hasta los dientes en el mercado negro, y con el amparo de Alemania y Austria y la pasividad de Estados Unidos, en un momento en que la URSS estaba desarbolada, se permitió el lujo de enfrentarse al ejército y al Estado yugoslavo.

En la llamada Guerra de los diez días se perdieron relativamente pocas vidas. (Claro que cuando la que se pierde es la tuya, o la de alguien querido, te parecen muchísimas).

Para reconstruir el proceso es recomendable y fáctico el libro de Carlos González Villa La independencia de Eslovenia. Un nuevo estado para un nuevo orden mundial.

Recapitulo. Suele reprocharse a la sociedad civil catalana que faltase a sus responsabilidades (¡y a sus propios intereses!) al no plantar cara, cuando aún estaba a tiempo, al proceso que culminó en el “golpe de estado posmoderno”, denominación acertadamente acuñada por Daniel Gascón, del 27 de octubre de 2017.

Es posible que esos reproches sean justos. Aunque la ciudadanía que cumple las leyes, paga sus impuestos y vota cuando se le pide debería poder pasarse de la política: pues ya cumple, tal como Cristo predicó a propósito de unas monedas con la efigie del emperador romano: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo XXII, 15 y ss.).

¿Trabajo, pago impuestos, cumplo las leyes, respeto los semáforos y le digo buenos días a cualquiera… y encima tengo que dedicar mi tiempo libre a meterme en política? ¿Para qué? ¿Para el día en que me muera canturrear “I wish I hadn’t thrown away my time / on so much human and so much less Divine” (o sea: “ojalá no hubiera desperdiciado el tiempo /en cosas tan humanas y tan poco divinas”, los versos de los que más orgulloso se sentía Lou Reed)?

Ahora bien, una cosa es la pasividad o la indiferencia, que para algunos es reprobable y suicida, y para otros comprensible y un derecho (yo mismo no me atrevería a reprochársela a nadie)… y otra cosa es la complicidad de las empresas grandes y chicas que colaboraron y colaboran con el golpismo con variaciones sobre el tema del 3%. Sea poniendo a conspiradores contumaces como David Madí en altos cargos de Telefónica y Endesa (¿estamos tontos?); sea callando, por inconfesable simpatía o por temor, ante sucesivos desafueros; o sea financiando el delirio con su publicidad. Como hace Caixabank con el periódico esloveno de Joan Puig “el esloveno” y no sé si con otros panfletos golpistas.

Como algunos recordarán, al día siguiente del Golpe de Estado de Puigdemont miles de millones de euros salieron corriendo de Cataluña, los ahorradores pusieron su dinero a salvo de los aventureros del Desgovern de ERC/Convergencia/CUP trasladándolo a bancos fuera de Cataluña, que quedó al borde del corralito, y las entidades financieras de Barcelona para salvarse de la bancarrota trasladaron sus sedes sociales a Zaragoza, Madrid, Mallorca o Alicante.

Las metáforas marineras de Mas, las cancioncitas de Llach, el ataque de romanticismo de Puigdemont, Junqueras et alii no salieron precisamente gratis (¡tampoco a ellos, por cierto!). Es lo que se llama “hacer un pan como unas tortas”. O “el negocio de las cabras”. Caixabank, en concreto, se fugó a Valencia. Donde deseamos que siga amasando millones.

Ahora bien: no voy a apelar a la responsabilidad cívica sino a los propios intereses de la entidad. Después del daño causado a la sociedad por el Golpe, y estando latente el peligro de réplicas, ¿cómo es posible que Caixabank siga financiando órganos de agit-prop goebbelsianos como el que dirige ese asno total llamado Joan Puig, que obtuvo su minuto de incierta gloria asaltando piscinas ajenas, como una parodia desfondada de Burt Lancaster en El nadador (película de Sidney Pollack sobre un cuento de John Cheever)?

Navegando, navegando tontamente, caí ayer en ese digital como quien anda despistado por el paseo de Gracia y se cae en una alcantarilla, y me ardió el pelo al leer esos criminales elogios de Puig a la “vía eslovena” y sus cálculos de muertos, y disparates parecidos.

Sé bien que Caixabank pone ahí su publicidad por un acuerdo con el ex directivo Jaume Giró, que creo era simpatizante del procés y además se vio muy… presionado por nuestro Burt Lancaster de pegolete. Pero ¿no es ya hora de acabar con esa relación indecente y comprometedora?

Y más allá de este caso puntual, cabe preguntarse hasta cuándo las grandes y pequeñas empresas van a seguir financiando los órganos de propaganda de una ideología ultrarreaccionaria que daña los intereses de la ciudadanía.

Cabe preguntarse qué Gobierno creará por fin una oficina, un organismo o subprefrectura, para llamar a capítulo, uno tras otro, a los anunciantes contumaces en la financiación del golpismo e invitarles a reflexionar seriamente en si les conviene o no jugar con las cosas de comer.