La visita a la exposición Franco, Victòria, República. Impunitat i espai urbà es la mejor manera de convencerse del error que supone el traslado de la estatua ecuestre y descabezada del generalísimo Francisco Franco a las puertas del Born. Y no porque la referencia iconográfica del franquismo no pueda convivir con las piedras memoriales de 1714, que sí que puede. Ni mucho menos porque no pueda realizarse una exposición crítica con la dictadura, cosa muy conveniente de hacer. El gran inconveniente de la publicidad gratuita generada por la polémica de las estatuas es el de poner en evidencia el escaso interés de la exposición.

El objetivo oficial de la muestra es el de “reflexionar sobre la banalización de la dictadura durante la democracia como base de la impunidad de sus protagonistas y de la dificultad de restablecer la memoria de la República y de las clases subalternas”. En realidad, el escaso material gráfico y audiovisual y los muchos recortes de prensa son poco más que un ajuste de cuentas del viejo mundo del PSUC y del nuevo universo de los comuns con los 30 años de gobiernos municipales de izquierda, liderados por los socialistas, por haber asumido el pacto de la Transición. Los concejales comunistas, convertidos por las urnas en subalternos de todos estos gobiernos, debieron tragar mucho polvo a la estela de sus socios mayoritarios, empeñados estos en la modernización de la ciudad. Ahora que pueden, disparan con pólvora mojada a la salud del antifranquismo y contra la tibieza de la ciudad para con la nefasta memoria pública del fascismo.

Los concejales comunistas, ahora que pueden, disparan con pólvora mojada a la salud del antifranquismo y contra la tibieza de la ciudad para con la nefasta memoria pública del fascismo

El franquismo y las causas de su implantación social, la resistencia antifranquista con su dolor y sus limitaciones, el papel acomodaticio de muchos intelectuales y artistas respecto de los sucesivos regímenes, la injusta desmemoria de los derrotados impulsada por la Transición en un intento voluntarista de pasar página se merecen todas las exposiciones que sean necesarias, todas las revisiones críticas imprescindibles para intentar entender un conjunto de realidades de las que existen todavía memoria directa en muchas casas. El intento que puede visitarse estos días en el Born no pasará a la historia, salvo tal vez, por el impresionante busto del dictador (always Franco), obra de Merino, de un realismo propio de tanatorio.

La exposición se sustenta en el relato crítico de la evolución artística de los escultores Josep Viladomat y Frederic Marès --de los que se afirma que “trabajaron” para la República, “exaltaron” el franquismo y “fueron reconocidos” por la democracia-- y del trasiego urbano de sus obras más representativas. En el fondo de este trayecto vital y profesional podría estar la respuesta a la supuesta impunidad del franquismo iconográfico en las calles barcelonesas durante los años posteriores a la muerte de Franco. Los dos protagonistas no actuaron de forma muy diferente a como lo hizo la mayoría de la sociedad barcelonesa: primero tuvieron miedo, luego sobrevivieron y finalmente intentaron olvidar, aun sabiendo que su resignación sería una injusticia para las muchas víctimas de la represión. Ahora, el gobierno municipal viene a recordarles aquello que nunca han olvidado los que lo vivieron.