Es evidente que a Quim Torra se le pueden, e incluso deben, reprochar muchas cosas. No obstante, lo que nadie podrá negarle es que, en su condición de presidente suplente de la Generalitat en sus ya más de cien días de mandato vicarial, aun sin poder utilizar el despacho oficial de Presidencia y obligado comoo parece estar a efectuar frecuentes visitas ad limina a Waterloo para recibir instrucciones del autoproclamado “presidente legítimo en el exilio”, viene cumpliendo a la perfección con el mandato recibido. Es este un mandato muy claro, explicitado pública y reiteradamente por Carles Puigdemont: “Montar un pollo de cojones”.

Torra cuenta para ello con numerosas adhesiones apasionadas, entusiastas y que parecen inquebrantables: las de la ANC, las CUP, los CDR y un amplio sector de JxCat, así como una cierta complicidad, sin duda alguna bastante menos apasionada y entusiasta y probablemente mucho más quebrantable, por parte de ERC, Òmnium Cultural y lo poco que puede quedar de la ya extinta CDC en el seno de JxCat. Y cuenta asimismo con la cada vez más evidente, irresponsable y tal vez inconsciente, colaboración de Cs y el PP, empeñados en competir entre ambas formaciones para demostrar cuál de ellas contribuye más y mejor a hacer realidad “el pollo de cojones”.

La absurda guerra de los lazos, cada vez más radicalizada y ya con algunos atisbos de violencia física y también de utilización partidista tanto del espacio público como, lo que sin duda es mucho peor, de la policía autonómica, puede acabar derivando en algún suceso mucho más grave. Esperemos que ello no suceda, pero unos y otros deberían esforzarse en evitarlo, y no parece que ninguno de ambos bandos esté todavía de verdad por esta labor, por mucho que así lo proclamen mientras, de un lado y del otro, siguen atizando el fuego de la discordia civil.

Quienes desde siempre hemos defendido que la única vía posible para hallar una salida razonable al grave conflicto institucional, político y social existente en Cataluña desde hace ya demasiados años pasa necesariamente por el diálogo, la negociación, la transacción y el acuerdo, asistimos con preocupación creciente a esta interminable escalada hacia “el pollo de cojones”. Quim Torra ya ha avanzado algunas líneas de hasta dónde está dispuesto a llegar. “Atacar al Estado”, “derrotar al Estado”, “no acatar las sentencias judiciales”, incluso hay quien baraja la peregrina y absurda idea de poner en libertad a los dirigentes independentistas aunque sean condenados a prisión por el Supremo, son propuestas que confirman que Torra es un fiel cumplidor del manual de instrucciones que le dio Puigdemont.

Los aprendices de brujo suelen acabar quemándose con sus inventos. Algo así puede acabar sucediéndole a Quim Torra. Me dolería mucho que fuese así. Por el mismo Torra, sin duda, pero también, y quizás sobre todo, porque con él se quemarían también, y me temo que con quemaduras muy graves, tanto sus más apasionados, entusiastas e inquebrantables seguidores como todos o al menos muchos de sus cómplices, y de un modo especial todos los dirigentes independentistas encarcelados, esos a los que Puigdemont no tuvo ni tan solo la delicadeza de avisarles de su inesperada fuga al extranjero y que llevan ya cerca de un año en una incomprensible e injusta situación de prisión preventiva. Por no hablar ya, claro está, de la inmensa mayoría de la sociedad catalana, que una y otra vez viene manifestando en todos los sondeos que es firme partidaria del diálogo, la negociación, la transacción y el acuerdo, a ser posible sin vencedores ni vencidos.

¿A quién le interesa “montar un pollo de cojones”? ¿No habrá nadie, entre los muchos dirigentes del independentismo catalán, capaz de enfrentarse a esta locura, que puede acabar con la voladura descontrolada de una convivencia libre, pacífica, ordenada y justa conseguida con gran esfuerzo hace ya cuarenta años?