Las informaciones que cotidianamente vamos recibiendo, singularmente las de economía, se asemejan a un parte de guerra, y no precisa o exclusivamente por la de Ucrania. Lo evidente es que todo se dispara: inflación, precio de la electricidad, deuda pública, combustibles, la delincuencia, los incendios en un verano tórrido, los alquileres, el Euribor… y la cesta de la compra. Son las cosas del lenguaje, como si estuviésemos permanentemente dentro de un relato destructivo, que tal vez tuviésemos que revisar, aunque no por moderar el tono mejoren las cosas. Las noticias abruman al ciudadano, generan cierta angustia por la incertidumbre ante el futuro y desorientación, pese a las ansias de vacaciones.

Pese a las encuestas que van apareciendo, es muy difícil a estas alturas, determinar si las elecciones andaluzas suponen un cambio de ciclo o un simple cambio de tercio taurino. Más difícil es saber aún hasta qué punto pueden influir en Cataluña. Lo único que parece claro es que el resultado del PP por estas tierras distará, y mucho, de lo logrado hace unos días, a pesar del eventual trasvase ideológico que pudiera producirse, como fenómeno de penetración política, entre los andaluces residentes en Cataluña y los familiares o amigos de su lugar de origen. No es casual que desde el Sur se haya considerado al Principado la novena provincia andaluza: cerca de un millón de personas llegó desde allí en busca de trabajo cuando Cataluña se definía como tierra de acogida. Llevó a Jordi Pujol a proclamar aquello de que “es catalán todo el que vive y trabaja en Cataluña”. Hasta el PSA (Partido Socialista de Andalucía – Partido Andalucista) obtuvo dos escaños en el Parlament en 1980, precisamente el año en que el líder de CiU llegó al poder. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.

Ahora es complejo calibrar ese carácter de tierra de acogida y claro, lo que se dice claro, no hay nada. Con la fragmentación política actual en el nacionalismo y la falta de liderazgos claros, partidos y segmentos amplios del electorado se asemejan más a una bandada de vencejos que a un cuerpo electoral cohesionado, sin guía ni dirección clara. De hecho, estas aves migratorias vuelan en grandes bandadas sin liderazgo alguno: la bandada se orienta hacia donde quiere cualquiera de ellos, si alguno cambia de rumbo, hacia allí que va el resto, ahora para acá y después para allá. Solo les une el sentido de bandada que algunos expertos ornitólogos han evaluado hasta en un millón de ejemplares. Al menos les protege de las rapaces; cual si fueran fondos buitres gustaría pensar a algunos o algunas. El vagar por los aires de forma permanente de los vencejos es tal vez la mejor imagen de los tiempos de confusión, complejos y de realidad cambiante que vivimos.

El problema es que esa estadía en “modo vencejo” tampoco parece exclusiva de Cataluña. De hecho, la llamada izquierda de la izquierda parece haber sufrido una desbandada: con Podemos en caída libre y fragmentada, tiene escasas posibilidades de ayudar a Pedro Sánchez a continuar en La Moncloa. En situaciones como la presente, cuando el personal quiere estabilidad y confianza, cualquier motivo puede ser bueno para que los votos huyan en desbandada hacia otros espacios por las cosas más insospechadas. El filósofo Víctor Gómez Pin se interrogaba hace unos días sobre cuántos cientos de miles o millones de votos habrán perdido la izquierda entre los amantes de la cinegética o de la tauromaquia.

Veremos en breve qué es lo que da de sí el proyecto de Yolanda Díaz de “escuchar para sumar”. Gente dispuesta a hablar, seguro que encontrará; lo de sumar ya es harina de otro costal. En Cataluña parece haber delegado en Xavier Domènech que salió por piernas de Barcelona en Común por sus discrepancias con Ada Colau. ¡A saber cómo le habrá sentado a la primera edil! Lo seguro es que los comunes son actualmente el socio más fiel del Gobierno que algo tendrá que decir sobre este incierto futuro electoral inmediato que tenemos por delante. Para La Moncloa, Barcelona es una plaza fundamental por muchas razones, máxime en un momento en que pueden tambalearse Sevilla y Valencia.

La cuestión será saber también hasta qué punto puede condicionar la actuación de los socialistas catalanes de cara a las municipales: el PSC depende ahora quizá más que nunca del PSOE debido a los pactos de gobierno. No le será fácil definir una actitud firme de querer ganar las elecciones municipales, cosa que significa concretar con claridad el adversario a batir y centrar la campaña en aspectos como seguridad, limpieza, movilidad, ampliación del aeropuerto, superillas… en los que puede chocar con los comunes. Sin olvidar que necesitamos incentivar el crecimiento porque el progreso genera empleo y bienestar, cuestiones que son propias de partidos obreros tradicionales, cosa que el PSC nunca ha sido ni se ha planteado ser.

Resolver el contencioso catalán es un asunto clave para la estrategia del presidente que llegó al poder gracias a Andalucía y Cataluña básicamente. Tampoco se lo pondrán fácil desde la Plaza de Sant Jaume. Aunque esta semana, con la cumbre de la OTAN en Madrid, será la “semana grande” de Pedro Sánchez, adalid ahora de los desvalidos, trabajadores y clase media dicen, con esa ayuda de doscientos euros que recuerda más a un simple titular de prensa y una tendencia a la caridad cristiana mal entendida. La duda que sobrevuela ya es determinar si la marca Sánchez incrementa o reduce las expectativas del PSOE.