De ocurrencia en ocurrencia. Así vamos. El presidente del Gobierno, a la sazón secretario general del PSOE, ha nominado como candidato a la alcaldía de Madrid a Pepu Hernández, ex seleccionador de baloncesto, después de varios descartes, como si fueran los cortes de jugadores de la NBA. Sin duda, estará en su perfecto derecho, pero no dejan de sorprender la forma y la elección. El liderazgo no se otorga, se adquiere. Según como acabe, sabremos si responde a la auctoritas o la potestas romana: de momento, dedazo. El seleccionado no es militante del PSOE, pero se ha dicho que le gusta la política. El argumento es intrínsecamente pueril y débil, más allá de contemplarlo bajo la óptica de la política como espectáculo.

Por incomprensible que resulte, no deja ser, por parte del señalado, un gesto encomiable por dar el salto a a estas alturas de la vida y en las circunstancias presentes. Nada que objetar al historial del exseleccionador y sus eventuales capacidades. Pero soy incapaz de entender tanto la propuesta como la aceptación: por mucho que a uno le guste el marisco y castigar gastronómicamente el fondo marino, no tiene por qué meterse a mariscador o, mucho menos, a percebeiro. Para acabar de arreglarlo, la vicepresidenta del Gobierno atribuyó la decisión a la debilidad de los partidos porque tienen pocos militantes; y la  ministra portavoz a que es una persona íntegra. ¡Solo faltaría!

Mal vamos, si los partidos están así. Preocupante por lo que implica de debilidad democrática, un reflejo más de la crisis institucional que vivimos en la que parece no quedar títere con cabeza. No recuerdo una coyuntura tan favorable para la confusión y el desprestigio de toda institución como la presente. Una situación que, lejos de potenciar liderazgos nuevos,  favorece el tsunami de populismo bajo el que algunos parecen arrogarse el monopolio ético de la representatividad. Así, entre el cesarismo y la oclocracia, el enemigo fundamental acaba siendo la propia democracia.

Falta saber que dirá la militancia socialista madrileña. Los partidos son muy libres de hacer primarias; pero, más allá del espectáculo y la curiosidad, parece un ejercicio tan endogámico como un grupo de wasap. Además, el dedo, particularmente el índice, no suele ser bien recibido como criterio de potestad y, pronto o tarde, se le pueden acabar sublevando las falanges, con el consiguiente desbarajuste. Si la militancia se queda fría, los de alrededor estarán congelados. Los independientes en los partidos están siempre condenados a sufrir la presión de propios y extraños. La rentabilidad mediática de los impactos publicitarios es siempre fugaz y las esperanzas excesivas llevan a frustraciones desmesuradas.

El presidente del PP andaluz, Juanma Moreno Bonilla, admitía recientemente sus dificultades para encontrar candidatos a las alcaldías. Pedro Sánchez ha reconocido que “hay mucha gente capaz pero poca dispuesta a dar el paso”. Normal; el desprestigio de la política parece la causa. Los electos y cargos públicos están sometidos a un permanente escrutinio, con una inevitable sensación de interinidad, bajo la amenaza de la pena de tuit y con limitaciones salariales. Artur Mas formó un día lo que llamó “el gobierno de los mejores”. Y así nos ha ido.

Según el CIS, la tercera parte de los españoles sitúa a los políticos y cuanto representan como el principal problema de España, solo por detrás del paro y por encima de la corrupción. Obligados a cumplir la ley de incompatibilidades tras dejar el cargo, su reincorporación a la vida profesional no es fácil. ¿Qué puede hacer alguien después de años en la vida pública: vender seguros, hacer de Abeja Maya, taxista, pastelero, montar una panadería, encontrar acomodo en un despacho para poder tirar de agenda...? Todas ellas, actividades muy dignas. Sin embargo, muchos pueden quedar atrapados en un limbo laboral ante la falta de alternativas profesionales. El talento y la habilidad huyen, tienen significados muy distintos en los ámbitos público y privado. Tenemos un problema: al final, sólo quedarán en política funcionarios en excedencia.

La presentación de Pepu Hernández a la alcaldía se escenificó en el castizo barrio de Lavapiés, en el teatro La Latina, espacio de años de éxito de Lina Morgan. Prefiero no imaginar su espectro transitando entre las filas de los reunidos. Además, la Federación Socialista de Madrid es un guirigay prácticamente desde los tiempos de Pablo Iglesias, el de “Casa Labra”, donde se fundó el PSOE, no el de Galapagar. Si la cosa se tuerce, podrán optar por el chotis de Agustín Lara como himno de campaña e inscribir la candidatura con nombre de plataforma, que es lo que se lleva a su izquierda: “Madrid, en México se piensa mucho en ti”.