En vísperas de la primera reunión de diálogo entre Gobierno y Generalitat, se anunciaba desde el primero que debería de comenzar con “una reflexión de diagnóstico”. Más allá de constatar que se trata de un conflicto político que requiere soluciones políticas, desconocemos con precisión el alcance de la diagnosis. Eso sí: todo se resolverá en el marco de la “seguridad jurídica”, expresión que permite eludir cualquier referencia al “marco legal” que tiene más sesgo constitucional. Con lo cual, podemos sospechar que estemos instalados en la vieja idea de José Ortega y Gasset de que “no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”.

Ignoramos si se procedió a eso del “análisis concreto de la realidad concreta” tan propio de la cultura marxista. Aunque no falta quien opina que la susodicha mesa se parece a El camarote de los hermanos Marx, sin el ingenio de Groucho ni la capacidad analítica de Karl. No hay mayor problema para resolver una situación que la incapacidad de entenderla, porque dificulta seriamente la posibilidad de adoptar cualquier decisión y empezar a actuar. De hecho, la mesa ha pasado de ser un encuentro de gobiernos a, más precisamente, una reunión de partidos diversos y variados. De todas formas, algo es algo; mejor, démoslo por bienvenido.

El hecho de que hayan decidido reunirse una vez al mes, alternando Madrid y Barcelona o Palau de la Generalitat y Moncloa, da cierta idea de la celeridad existente. Los presidentes asistirán una vez cada seis meses, es de suponer que por lo apretado de las agendas respectivas que no por una voluntad no manifestada de dilación. “¡Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho!” Un simple cálculo permite aventurar que Pedro Sánchez y Quim Torra no volverán a coincidir hasta finales de agosto, prácticamente en vísperas de la Diada del 11 de Septiembre. Suponiendo, claro está, que no haya elecciones catalanas antes del verano y… se acabó la fiesta. Como vivimos en tierra y tiempos de rumores, no falta quien apuesta a que estos comicios serán antes de lo que se piensa.

Es una obviedad que Carles Puigdemont --sobre todo-- y Quim Torra tienen en sus manos la posibilidad de reventar la mesa de diálogo cuando les convenga y apetezca. El de Waterloo, en palabras de Marta Pascal, que se dice del “soberanismo paciente”, se cree situado en “el lugar correcto de la historia” y sus designios son inescrutables, por más que no falten sospechas sobre sus aviesas intenciones. Poco importa cuánta gente asistió con precisión al aquelarre independentista del pasado sábado en Perpiñan: 100.000 o 200.000, da igual, eran muchos y movilizados. Lo que está claro es que el líder del encuentro, a cuyo honor y gloria se celebraba, pasó olímpicamente de la mesa mientras Oriol Junqueras, en modo plasma, recibió algunos silbidos cuando se refirió a ella. Una muestra palpable de cómo están las cosas entre los socios del gobierno catalán.

El acto pudo haberse celebrado incluso a los acordes de La Internacional socialista, en especial de su estribillo de “agrupémonos todos en la lucha final” a la que apeló el expresidente porque “atruena la razón en marcha, es el fin de la opresión. Del pasado hay que hacer añicos…”. Si Puigdemont llamó a “combatir al Estado opresor”, sus teloneros fueron igualmente explícitos: Toni Comín instó a la “confrontación democrática” y Clara Ponsatí pidió que “no nos dejemos engatusar por futuras mesas y diálogos engañosos”.

A pesar de todo, se sigue clamando por la unidad del independentismo. En particular, el fallido telonero de lujo, Artur Mas, que pasó desapercibido por la capital de los Pirineos Orientales del sur de Francia. Para la historia quedará una foto, después de mucho tiempo, de los últimos tres presidentes de la Generalitat. Hubiera sido interesante escuchar y ver como caía entre el público su teoría de que es preciso separar el proyecto soberanista del gobierno de las cosas cotidianas como propone en su último libro. “Para liderar el procés tenemos el Consell per la República, los partidos y las entidades, para gobernar el país tenemos el Govern y la propia Generalitat, atribuyamos las responsabilidades a cada actor”. Un planteamiento que tiene tufo al modelo PNV porque, asumido por cada vez más gente que Puigdemont será nuevamente candidato, ¿dónde quedaría el ex recuperado de la papelera de la historia a donde le mandó la CUP?

Gobernar juntos es un objetivo claro, haya o no listas electorales unitarias. Lo importante será poder contarse; después, ya veremos. Hasta se puede hablar de repartir responsabilidades en un horizonte de dos legislaturas. No será por falta de ideas, con tal de sobrevivir en el poder. El consejero Alfred Bosch (ERC) lo ha dicho alto y claro: “Con el resultado electoral en la mano, los independentistas tenemos que ser capaces de ponernos de acuerdo”.

En el fondo, subyace siempre alguna amenaza velada a Pedro Sánchez, por si no tiene claro que, sin avances en la mesa de diálogo, la legislatura se irá al garete y perderse en el triángulo de las Bermudas que definen en sus vértices Torra, Iceta y Puigdemont. Unas aguas de inquina turbulenta, especialmente del líder de ERC al del PSC, que convierten en pura quimera la hipótesis de un pacto posterior a las elecciones entre ambos partidos. Además, al presidente del Gobierno no parece probable que le tiemble el pulso si, por exigencias del guion con los republicanos, necesitase dejar caer al primer secretario de los socialistas catalanes.