El debate parlamentario sobre la quinta prórroga del estado de alarma, con el resultado final de su aprobación de nuevo por una inesperada mayoría absoluta, nos ha deparado alguna que otra sorpresa junto a varios indicios sobre qué puede suceder en la política española cuando vivamos ya en la llamada “nueva normalidad”.

La falta de una mínima responsabilidad de Estado por parte del PP ha dejado al descubierto su flanco moderado y centrista. Inés Arrimadas ha sido hábil y ágil: ha sabido aprovechar la oportunidad que se le presentaba para comenzar a recuperar el centrismo perdido y marcar su perfil propio, situando a Ciudadanos en una posición intermedia. Le será difícil mantenerla, pero si lo logra puede ocupar un espacio ahora vacío, dejando al PP junto a la derecha extrema de Vox.

Otra derivada importante de este debate, y en particular de su resultado final, es la que nos ha permitido comprobar cómo el nacionalismo vasco ha dado de nuevo una lección de pragmatismo político al nacionalismo catalán. Mientras una desconcertada y desconcertante ERC se alineaba en el 'no' con JxCat y las CUP, mezclándose así con PP y Vox, el PNV ha vuelto a demostrar su ya muy reconocida capacidad de negociación y pacto. Incluso Bildu, ahora mucho más libre sin arrastrar el insoportable peso de la por fortuna ya desaparecida ETA, ha dado sopas con honda a los independentistas catalanes.

Con todos los sondeos demoscópicos constatando que la opinión pública --la de toda España y también tanto la vasca como la catalana-- sigue apoyando aún el estado de alarma, las tres formaciones que representan en el Congreso de Diputados al secesionismo catalán han optado por hacer un brindis al sol antes que alcanzar acuerdos con el Gobierno de coalición de izquierdas de PSOE y UP que preside Pedro Sánchez. Se han quedado en la pura y simple inoperancia, en la inutilidad.

Desde los mismos inicios de la transición de la dictadura a la democracia ha habido algunas diferencias sustanciales entre los representantes políticos de los nacionalismos vasco y catalán. El PNV, que participó de forma activa en los Pactos de la Moncloa, no quiso intervenir en la elaboración de la Constitución, y finalmente no la votó pero la acató sin más problemas. ETA continuaba con sus acciones criminales: asesinatos, atentados, secuestros, extorsiones… Mientras el PNV, leal siempre a sus principios demócrata-cristianos fundacionales, a su lealtad a la República incluso durante y después de la incivil guerra civil, seguía alcanzando sus principales objetivos políticos y económicos --el concierto y el cupo, el Estatuto y su desarrollo, las sucesivas ampliaciones competenciales--, las fuerzas parlamentarias que con distintas denominaciones representaron al entorno etarra no tuvieron ningún margen de actuación política, pero con el definitivo fin de la banda terrorista Bildu sí lo tiene, y ha comenzado a actuar en consecuencia.

Si nos atenemos a la historia, lo que hoy representan PNV y Bildu son reflejos de la profunda escisión que el nacionalismo vasco sufrió en carne viva a raíz del nacimiento de ETA, allá por los años 60 del siglo pasado. ETA fue de alguna manera hija del PNV --y, por tanto de sectores muy importantes de la Iglesia vasca--, hija también de la desesperación existencial de jóvenes nacionalistas que se dejaron llevar por quiméricas ensoñaciones revolucionarias, con tintes siempre independentistas y en algunas ocasiones también marxistas, en una aventura criminal de consecuencias terribles para el conjunto de la ciudadanía española, y muy en concreto para la sociedad vasca.

El PNV no ha abandonado nunca el pragmatismo político y se ha mantenido en la defensa de los intereses económicos y sociales del País Vasco, pero sin perder en ningún momento su muy particular sentido de Estado, como supo hacerlo ya en tiempos de la República, la guerra civil y el exilio. Bildu intenta ahora hacer lo mismo pero desde unas posiciones inequívocamente de izquierdas.

Mientras, ERC, JxCat y ERC siguen empeñadas en mantenerse encerradas con un solo juguete. Aunque conforman la mayoría absoluta que en teoría apoya al Gobierno de coalición de JxCat y ERC en el Parlamento de Cataluña, viven en un incesante estado de excitación y confrontación interna. Las CUP lo hacen a su modo y manera, contra todo. JxCat y ERC se dedican a criticarse y atacarse sin darse tregua, con la vista puesta en unas próximas elecciones autonómicas en las que se enfrentarán abiertamente a cara de perro. La inutilidad práctica de su representación en Cortes solo es comparable a su pésima gestión en el Gobierno de la Generalitat.