Si el procés acabó fallando más que una escopeta de feria, lo suyo es que alguien de quienes lo defendieron se fotografiara empuñando eso, una escopeta de feria. Como alegoría final, para que los pocos ilusos que todavía creen en ello se dieran cuenta de que no solo no van a alcanzar la república independiente de Cataluña, es que ni siquiera van a conseguir los dos vales que cuesta llevarse a casa la muñeca pepona o el perrito piloto.

La encargada de pasar a la historia como la imagen de la república que nunca pudo ser fue Pilarín Bayés. De una señora que a su edad se hace llamar todavía con el diminutivo de su nombre, poca cosa más se puede esperar que un llamamiento a tomar las calles con escopetas de feria. Es como si a la momia de Tutankamón la llamaran todavía Tutankamoncín. Claro que toda una señora Pilar nunca se prestaría a ser fotografiada de tan ridícula guisa, para eso hace falta ser Pilarín.

Cuentan que la abuela que se llama Pilarín en su lejana juventud era dibujante, supongo que sería en los tiempos en los que los dibujos se hacían sobre papiro. Tuve que buscar en Google para saber que alcanzó su cima ilustrando algo llamado El zoo de Pitus, aunque lo que más me llamó la atención fue enterarme de que una de sus primeras obras –dirigida a los niños— se tituló El meu pardal, imagino que sería un libro didáctico, destinado a que los más pequeños aprendieran a conocer su cuerpo, y en especial su “pardal”, que, a poco que la fortuna los acompañara, tantas satisfacciones habría de proporcionarles más adelante, en la edad adulta.

La abuela Pilarín con una escopeta de feria incitando a los catalanes a manifestarse contra la cumbre hispano-francesa que se celebraba en Barcelona la semana pasada remite a la emblemática pintura de Delacroix Libertad guiando al pueblo. En ella, enardeciendo a la masa, la libertad empuña también un fusil, e incluso muestra los pechos, algo que por fortuna nuestra Pilarín evitó realizar, a mi entender con buen criterio. Pilarín guiando al pueblo es la versión catalana de la pintura de Delacroix, cada pueblo tiene la guía que se merece, y los catalanes hemos de conformarnos con la abuelita dibujante en lugar de con la hermosa mujer de pechos turgentes que les cayó en suerte a los franceses. Supongo que por eso ellos consiguieron su república, mientras que los catalanes no somos capaces ni de manejar con mediano tino una triste autonomía.

A pesar del diminutivo, a Pilarín se le pasó el arroz de ponerse al frente de las tropas reclamando lo que sea, no digamos la libertad. Eso tenía que hacerlo cuando era joven, aunque mucho me temo que entonces no se atreviera a salir fotografiada en tan belicosa pose, ni siquiera siendo de juguete la escopeta. Como tantos de sus coetáneos, durante el franquismo se guardó mucho de insinuar nada que el régimen pudiera tomarse a mal. Ahora sí, ahora es el momento de manifestarse y gritar, ahora que nada les va a suceder, de ahí que el procés no sea la revolución de las sonrisas que nos quisieron vender, sino de las dentaduras postizas, no hay más que verlos. Pilarín no será nunca el símbolo de la libertad guiando al pueblo, pero puede convertirse fácilmente –si no lo es ya— en el símbolo de tantos abueletes catalanes que en su momento no alzaron la voz contra un régimen totalitario porque tenían miedo, y que ahora que saben que están a salvo se permiten jugar a las revoluciones. Con escopetas de juguete, eso sí, que a su edad tampoco están para muchos trotes, pero puesto que el “pardal” ha dejado de darles alegrías, es una buena manera de matar el tiempo.