Ni come ni deja comer. Así define a Pablo Casado la ex presidenta andaluza, Susana Díaz, recién pedigüeña de San Telmo. Pero Casado no es el único; la célebre comedia de un clásico de nuestro  Barroco les encaja también a otros. Puigdemont entre ellos, el timonel de Jasón, al que solo le quedará pescar sardineta en los Aiguamolls de l’Empordà, caladero pobre. Puigdemont es consciente de que ERC lleva las riendas del movimiento separatista, tanto en el frente de Madrid, donde el grupo negociador acaba de deshacerse del molesto viento de cola de la imputada Laura Borràs, como en Barcelona, donde el último CEO dicta sentencia a favor de los republicanos y predispone a Pere Aragonès a alcanzar acuerdos presupuestarios, en ambos lados, que van más allá de la investidura. Aragonès navega con mar de fondo, algo mucho más serio que la simple marejada. Busca compaginar la investidura de Sánchez con la posibilidad de un futuro tripartito en la Generalitat (ERC, PSC, comuns) o de un soberanito (ERC,JxCat, comuns). Para asegurar el tiro, el vicepresidente del Govern acaba de alcanzar un acuerdo con los comuns que garantiza los fondos públicos en 2020, en medio de las loas vertidas por el paupérrimo Jaume Asens, que navega a vela (tripartito) y a motor (soberanito).

El afán canino de Puigdemont sube la temperatura. Sin olvidar a Teodoro García Egea, quien responde al fallo del Tribunal de Luxemburgo --la doctrina Junqueras-- con palabras de la Fiscalía: “inmunidad no es impunidad”; para añadir después que Sánchez blanquea la sedición de los líderes del procés. Teo es paralizante y mucho más dañino que la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo, pinza esbelta, piquito de oro; y más incluso que el jefe de ambos, Casado, comensal de la comedia palatina de Lope de Vega porque, lo que es comer, no come, pero eso sí, traga más sapos que gazapos suelta. Casado debería liberar su lado patillero, que lo tiene; además, todavía no le hemos visto encaramado a los altos honores del sufragio universal y, al paso que va, creo que tardaremos. No debería dejarse aznarizar, porque aquel Don José María se la sabe muy larga, es imposible de imitar y aspira a disfrutar siempre de los jóvenes mentorizados que nunca llegan. El líder del actual PP mira de reojo a Sánchez, sentado en el mismo pedestal de pavo inmóvil que maniató a Rajoy, pero con más cintura que Mariano. Al presidente en funciones, el ayuno le motoriza, no se deja llevar por los cantos de Arrimadas que, desde el Finisterre de su falso liberalismo, se autoproclama valet de chambre de la dupla Sánchez-Casado en la fiesta malquerida del pacto transversal.

En otro tiempo, la derecha dominaba la apologética de la lengua, como mostraron Salvador de Madariaga, Ricardo de la Cierva, Calvo Sotelo, Garrigues y Díaz-Cañabate, José Echegaray, Julio Camba, Vidaurreta o el impecable y diminuto Benavente, flaneur de Recoletos, con un gran puro en la boca que le empequeñecía. Pero ahora, cuando es más necesaria que nunca, aquella derecha civilizada de la que tanto nos habló Santos Juliá se ha disuelto en la supervivencia pagana del derecho penal que quiere estar por encima de las ideas. Salvo en periodos cortos, como el del primer Aznar de 1996, o el de Mariano, con Soraya y José María Lasalle (un liberal de piedra picada y bastión de la Fundación Carolina de Exteriores en la etapa del PP), no hemos disfrutado lo que le sobró a la derecha italiana, que nació y murió entre De Gaspari y Andreotti; a la alemana, que ha durado desde Adenauer hasta Merkel, o a la británica, defensora del common low, aunque asesinada hoy, a manos del filibustero Boris Johnson.

El hortelano tiene otros perros muy bien instalados en los feudos territoriales de la España de las autonomías. Ahí están algunos barones socialistas, imponentes culos di ferro que nunca se levantan de la mesa de negociación y ganan comicios, como García-Page, el presidente de Castilla La Mancha, el hombre impávido que preside la Diputación General de Aragón, Javier Lambán, oriundo de Ejea de los Caballeros, un gentilicio que viste, o la inocente Susana (“lo que tu digas presidente”, pero con le derriere apretadito). Todos, más pronto que tarde, recibirán la andanada de Ferraz, al toque de cornetín desde Moncloa.

Uno de los que no comen por no morder la mano que le da comer (Vox) es el presidente pepero de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla. Juanma está dispuesto siempre al bochinche de los ERE socialistas, la tinta calamar que difumina su pasado desde que Arturo González Panero, el Albondiguilla, ex alcalde de Boadilla del Monte, le señaló en el caso Bárcenas. Fue en la última curva de las autonómicas andaluzas, cuando el mismo exalcalde recordó ante el juez que había recurrido al consejo de Rajoy en la tangente ilegal de la Gürtel, que implicó a Bonilla. Y el ex presidente de Gobierno le contestó “haz lo que te diga Luis Roldán”. Este último, el exgerente, no está ni invitado al festín vacante del hortelano; es un ángel caído que no sonríe gratis, pero tampoco es de los que se pintan la cara de euforia, como mascarilla para cubrir el vacío.

El que no deja comer, pero él sí come, es Quim Torra, el president de bizarra juventud. Un cargo vaciado, con sueldo de general montado en la parra prevaricadora del ni estudio ni trabajo; y también un paseante, no tan solitario, por la Ciudadela barcelonesa, que mira el relieve superviviente de la Ciutat del Born, donde los vecinos disfrutan del silencio de nuestro Tartufo oficial y de sus recónditas victorias de amador.

Si tiras de recuerdos, te salen decenas de políticos cuyo amor exagerado por España o por Cataluña no pone en primer plano la exigencia de gestionar, aunque sea tres años tarde, el espacio público de un país agotado por la espera. Torra tiene meses por delante con el recurso de Boye, ay, ay, ante el TSJC por sus lazos colgados en el Palau de la Generalitat, durante la campaña electoral. Susana Díaz acertó dándole a Pablo Casado el papel de guardián, bien alimentado de vianda, que vigila las verduras de su dueño. Casado luce de Teodoro y de su amor escondido por  Diana, condesa de Belflor, en la ensalada tierna y descarnada de Lope de Vega. Pero hay muchos más.