El ministro Borrell aventuró hace unos días el objetivo de la entrevista que el próximo lunes van a mantener Pedro Sánchez y Quim Torra en la Moncloa. Conocer el perímetro del problema, dijo. Estuvo conciso, dejando la puerta abierta de la interpretación sobre a qué problema se refería. Porque el PROBLEMA, así en mayúsculas, incluye muchos problemas en minúsculas, todos ellos relevantes y encadenados. El esencial y más peliagudo es que los dos presidentes, atendiendo a los prolegómenos, no se pondrían de acuerdo en definir la naturaleza del conflicto en una vida. Y sin definición no hay solución, solo desacuerdo.

El independentismo y sus dirigentes están obcecados en la negociación de una fórmula que les permita sacar a Cataluña del Reino de España con la fuerza de la mitad de los catalanes; el Gobierno de España y los partidos estatales están sumergidos en los parámetros del siglo pasado, en cómo mejorar la relación de la Generalitat con el Estado español a partir de la Constitución. Entre la voluntad de salir y la oferta de permanecer hay un vacío escalofriante.

Ante una reunión comprometida, suele utilizarse una fórmula clásica para no decir nada: "Se puede hablar de todo". Es una receta inocua que no garantiza ningún diálogo político, solo algunos titulares previos de reafirmación. Hablar y escuchar con respeto son actitudes que forman parte del círculo de la buena educación, simplemente. Hablarán de lo que quieran pero difícilmente se atreverán a trazar el perímetro del conflicto real, porque la sola conjugación de las dos formulaciones en una misma declaración supondría, a día de hoy, un riesgo político monumental para ambos protagonistas.

Torra repite y repite su compromiso con el autoimpuesto mandato del 1-O, lo que de facto le prohíbe contemplar una mejora de las relaciones institucionales autonomistas, a menos que su sinceridad vaya a demostrarse un engaño; y Sánchez asume diariamente la obligación de defender la unidad de España, aunque pudiere efectuarse desde una Constitución reformada en la lógica federalizante del PSOE, obligándole a ser estricto en la delimitación del campo de juego, a menos que su gusto por la gesticulación le empuje al precipicio.

Ninguno de los dos es tonto. Ambos gobiernan en minoría, tienen a unos socios que contentar (de hecho, en el caso de ERC y PDeCAT, los comparten) y también una legalidad a la que respetar de buena o mala gana. Así que el perímetro de la reunión, a diferencia de los límites galácticos del problema, sí que está definido: evitar el fondo del conflicto cuya definición no pueden ni compartir (de momento) para tantear la capacidad de crear un escenario (transitorio) de supervivencia política y sosiego en la calle para ir desmontando la muñeca rusa de los muchos inconvenientes; entretanto, pueden atender algunas urgencias competenciales y eliminar litigios innecesarios.

Nuestra muñeca rusa es un universo de obstáculos concéntricos: el déficit de liderazgo, el abuso del lenguaje equívoco, las mentiras eternas, el miedo a explorar fórmulas avanzadas de convivencia, la sacralización de la soberanía, la confusión entre ideales y programa político, la resistencia a la realidad y la negación de la verdad del otro. Todo un máster sobre fiascos.

Es difícil aventurar si es posible desmontar la muñeca porque hay demasiada gente a las que les conviene toda esta gaita. En todo caso, ya sería un milagro que Sánchez y Torra fueran capaces de decirse a la cara y luego admitir en público que no hay solución para mañana y que van a crear media docena de comisiones para poder discernir el perímetro real del abismo, ignorando el humo de los prolegómenos y el chantaje de los radicales.