No es que pretenda dármelas de profeta, pero recuerdo que, cuando hace algunos años aseguré que lo que estaba sucediendo en Cataluña iba a traer consigo episodios de violencia, a pesar de mis fervientes deseos por equivocarme, mis interlocutores solían escucharme con la resignación reflejada en el semblante de quien oye al abuelo cebolleta explicar por enésima vez la misma batallita. A estas alturas ya no creo que nadie dude de esa posibilidad e incluso ya han aparecido las primeras muestras de ello. Aquí violencia, como las meigas, haberlas haylas, aunque Jordi Basté editorialice con un par que "todos somos CUP". Los mismos que tuvieron la delicadeza de reivindicar el ataque a un medio de comunicación como Crónica Global.
Francesc-Marc Álvaro ha establecido hace poco en La Vanguardia, en relación a la violencia, que "la Guerra Civil fue el último episodio en que nos vimos involucrados" los catalanes. Vamos, como Bélgica que fue invadida por Alemania sin previo aviso. Lo de aquí fue cosa de los charnegos, los murcianos, los incontrolados, los predecesores de la señora Arrimadas según la Honorable Núria de Gispert. Eso sí, según escribía mi admirada Marta Roqueta en El Nacional, los catalanes tenemos “antepasados que se dejaron la piel en la batalla del Ebro o en Francia luchando contra los nazis”. Los españoles, por lo visto, no. Los muertos del Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, por ejemplo, que lucharon con Franco, no eran catalanes por mucho que cantasen el Virolai.
El pacifismo forma parte de nuestro ADN. Ya se vio con las multitudinarias manifestaciones contra la guerra de Irak, que llevaron a exclamar a Bush padre que la política de Estados Unidos no la iban a determinar los manifestantes de Barcelona. Un éxito clamoroso porque contra el Partido Popular y José María Aznar valía todo, incluso valía pedir dialogo con ETA, por boca de Gemma Nierga en la manifestación para condenar el asesinato de Ernest Lluch perpetrado por la banda terrorista. Ergo, según el columnista de La Vanguardia, "el nuevo independentismo es un movimiento de impecable talante pacífico y pacifista", y para corroborarlo añade: "Cataluña no es un territorio señalado como violento ni peligroso por las cancillerías". Los hoteleros han bajado los precios, ante el descenso de la ocupación en Barcelona, porque lo que más gustirrinín les da del mundo mundial es dejar de ganar dinero. Este debe ser el único lugar del planeta en que la policía, los Mossos d'Esquadra, se manifiesta contra el Gobierno que les manda porque éste no condena las agresiones violentas que sufren.
La violencia en Cataluña es como el colesterol. La hay mala y buena. Ni que decir tiene que la primera es aquella que ejerce el Estado, es decir España. Para Álvaro existe una conjura porque una joven promesa del PP, en "una cena de la gente que manda" (sic) explicó que: el objetivo del gobierno español era "conseguir que el independentismo, cayera en la violencia". La violencia, en sí misma, no es mala, lo malo es que con su práctica le dan la razón al Partido Popular. O como dice Roquetas: “¿Qué genera más violencia, poner pegatinas en las puertas del Parlament o que los diputados de la cámara acaten los designios represivos del Estado?”.
Hasta la pregunta ofende.