A tenor de lo que veo y oigo estos días, he llegado a la conclusión de que debí sufrir alucinaciones. Debe ser cosa de la edad y ¡eso que me tomé las pastillas! Pero juro por Snoopy que nunca había pasado tanto miedo desde aquella noche aciaga de Tejero. Pero, por lo visto, fue la cosa más normal del mundo ver a un reportero de TV3 retransmitir en directo subido al techo de un jeep de la Guardia Civil mientras a su alrededor una multitud jugaba al churro, mediamanga, mangotero. Hubo un aquelarre en forma de intento de conato de referéndum y sirvió para que el señor Roures hiciera un documental gratis et amore; se declarará la independencia más corta de la historia de la humanidad y acto seguido los valientes que la proclamaron se dieron a la fuga mientras que unos pringados han acabado en el talego por la dichosa manía de aparcar el coche en doble fila. Al fin y al cabo, como bien dice Oriol Junqueras, la culpa la tuvo Rajoy porque no les dejó otra salida.
Debo de ser uno de los pocos habitantes del nordeste de la península Ibérica que no tiene ni zarrapastrosa idea de derecho penal, que ni harto de vino soy capaz de discernir si todo lo acaecido fue rebelión, sedición o una comparsa del carnaval de Río. Por eso siento tan profunda admiración por un periodista y maestro de periodistas, Antonio Franco, capaz de afirmar en El Periódico de Catalunya en referencia a lo ocurrido "que, como pensamos muchos, no hubo técnicamente rebelión". Uno, que es hijo de la Ilustración y que no sabe cambiar un enchufe, creía a pies juntillas que eso de la técnica era una cosa muy respetable y no la ocurrencia de los plumillas en amable cháchara a la hora del café.
Eso sí, cuando alguien osa decir que aquello fue un intento de golpe de Estado, están a punto de practicar con él un exorcismo. Sin embargo, un ínclito independentista como Ferran Mascarell se hizo eco en un artículo de que la impugnación de un vocal del Tribunal Constitucional para la sentencia del Estatuto era ni más ni menos que un "golpe de Estado". Tampoco entonces nadie vio una puñetera metralleta, para el caso daba igual.
Estos días va difundiéndose el mantra de que lo mejor que puede pasarnos a todos es que no pase nada. Pretender que se haga justicia, que no venganza, es por lo visto una chorrada. El mismo Antonio Franco enunciaba su particular cuento de la lechera y, si el próximo juicio reconociera que no hubo rebelión, "además de servirse a la verdad se posibilitarían salidas políticas". Y así, "con algún fallecimiento oportuno que propiciase el último servicio de dar oportunidad para efectuar indultos, podríamos hacer lo que necesitamos: saltar de pantalla y llegar a un nuevo escenario". Hay que ser, por lo visto, tan ingenuo como para creer que a los niños los trae la cigüeña de París, como pensar que todavía existe en España la división de poderes.
Mientras tanto, el señor Aamer Anwar, abogado de la exconsejera Clara Ponsatí --la que dijo que el Gobierno de Cataluña iba de farol de póker--, ha afirmado que "el general Franco estaría orgulloso de la España actual" porque "actúa como una dictadura fascista". Es decir, se mean encima de nosotros y dicen que está lloviendo.