Hace hoy una semana tenía que haberse publicado en La Vanguardia el habitual artículo de Gregorio Morán, a quien antes que nada le deseo una pronta recuperación de su dolencia. La pieza, que llevaba por título Los medios del Movimiento Nacional, no apareció, fue “levantada” tal como se dice en el argot profesional, es decir, censurada. En el periódico del Conde de Godó no ha sido ni es ninguna novedad. Al propio Morán ya le pasó en tiempos de Joan Tapia de director con un artículo nada menos que sobre los hijos de Pujol. Nada nuevo. Tampoco es que Morán descubra el huevo de Colón a pesar de querer darnos capones morales con el sobaco a los que llevamos picando piedra sin tanto lustre.
La noticia, sin embargo, radicaba en que un columnista del periódico de referencia —ya le va por delante La Voz de Galicia en el ranking español— y el más subvencionado de Cataluña acusaba al director de La Vanguardia de ser cómplice del procés: “Tiene muchas razones para conocer la situación mejor que yo, no deja de inquietar (...) Cuando el tiempo pase, nadie querrá asumir nada, y repetirán, como en antiguas épocas, ‘yo era un disidente al que nadie quería hacer caso. Los nadies en Cataluña se cuentan por miles y kilos de desvergüenza”.
El linchamiento, para regocijo de la camada 'indepe' (debió alcanzar el orgasmo), fue efectuado por el autor de unas novelas infumables y de unos premios literarios que siempre recaen en autores de 'La Vanguardia' aunque sean en un catalán inventado como el de Víctor Amela
Morán sabe, como lo sabemos todos, que el principal “fondo de comercio” de los directores habidos en La Vanguardia es precisamente el silencio. Véase si no el libro de memorias de Lluís Foix Aquella porta giratoria, en que a lo largo de 300 páginas —ojo, son muchas páginas— no hay ni una sola novedad, ni se encuentra una sola idea. No ha sido posible que La Vanguardia publique su propia historia; el último intento fue el encargo que recibió Casasús, y que fue desestimado por “el editor”, como el anterior, y el anterior...
La prohibición consiguió que el artículo fuese probablemente uno de los más leídos de Morán porque a primeras horas del sábado ya circulaba por las llamadas redes sociales. El día siguiente fue el día de la desvergüenza. Carol publicó, sin citar a Morán —el corte tiene que ser limpio—, que “incluso algunos columnistas del papel, buscando la gloria digital, intentan manejarse con algo que califican como el insulto inteligente, estúpido oxímoron que usan como escudo algunos navajeros de la pluma, sobrados de bilis y faltos de cariño”. Es decir, que el director de La Vanguardia se ciscaba en Morán gracias a que en los taimados “medios digitales” se había conocido el artículo de marras, que él había prohibido, en busca de la “gloria digital” [sic] y le incluía “entre los navajeros de la pluma, sobrados de bilis y faltos de cariño”. Pas mal!
El linchamiento, para regocijo de la camada indepe (debió alcanzar el orgasmo), fue efectuado por el autor de unas novelas infumables y de unos premios literarios que siempre recaen en autores de La Vanguardia aunque sean en un catalán inventado como el de Víctor Amela. Las sábanas negras de satén y las agencias de comunicación ad hoc también dan su juego. Siempre creí que antes cerraría el Times de Londres que La Vanguardia. No contaba con Màrius Carol. Puede ser el último que apague la luz. Se lo merece.