"Esa empresa había demostrado un cierto menosprecio hacia Cataluña y ahora valoramos positivamente el giro, que es una victoria de la gente por su firmeza". Son palabras, henchidas de un supuesto legítimo orgullo, del entonces consejero primero del Gobierno de Cataluña, Artur Mas. Era el año 2003. La empresa burgalesa Pascual volvió a comprar leche a los ganaderos catalanes, cosa que había dejado de hacer. Las ventas bajaron entre un 20% y un 30% en Cataluña a raíz de un boicot decretado por un sindicato agrario y apoyado fielmente por todos los partidos nacionalistas. Este sería el primer caso de boicot registrado en la historia reciente de Cataluña. Después vino el del cava catalán, por unas declaraciones de Carod-Rovira sobre Madrid como sede olímpica; el de los productos no etiquetados en catalán; el de los productos catalanes por el nuevo Estatuto y así sucesivamente en un interminable pase de balón "mía-tuya", "tuya-mía".
El boicot es una práctica cainita perfectamente carpetovetónica. De mezclar churras con merinas, de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid y de confundir la gimnasia con la física cuántica
Ahora le ha tocado el turno a la Coca-Cola por la pertenencia de la señora Sol Daurella a la enésima comisión del proceso, que es como si la hubieran nombrado Fallera Mayor o Reina del Cava, y a la última película de Fernando Trueba, La reina de España, por no considerarse español ni cinco minutos. El boicot es una práctica cainita perfectamente carpetovetónica. De mezclar churras con merinas, de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid y de confundir la gimnasia con la física cuántica. Es una forma de darle la razón a don Antonio Cánovas del Castillo cuando afirmó que "son españoles los que no pueden ser otra cosa". De resolver las cuestiones a garrotazos como los personajes de Goya. Es la España negra de la Inquisición que vuelve asomar la patita. Tiene la misma eficacia que cuando la Sociedad de Naciones impuso sanciones económicas a Italia por la anexión de Abisinia, entre las que figuraban la prohibición de exportar foie gras al régimen de Mussolini.
Estos linchamientos mediáticos que sustituyen la soga por el Twitter y ni siquiera dejan descansar en paz a los muertos me revuelven las entretelas. Llámenme anticuado pero cada vez leo o escucho la palabra boicot me vienen de inmediato a la memoria la escena de un noticiero alemán de la época. En ella se ve un guardia de las SA a la puerta de un establecimiento. Ante la cámara desfilan los transeúntes, ya no solo sin entrar, sino sin ni siquiera mirar hacia el escaparate de la tienda en donde está pintada la estrella de David y la palabra jüdisch (judío). En Cataluña el término tiene una gran resonancia patriótica, no en balde el primer organizador de un boicot en pleno franquismo fue Jordi Pujol contra La Vanguardia con motivo del llamado caso Galinsoga, quien por lo visto había insultado a los catalanes, hasta que Franco ordenó su cese como director. Pero ésta es ya otra historia que algún día espero poder contar.