El sábado pasado amaneció gris y lluvioso pero acabó siendo un día perfecto. Desayuné croissants de mantequilla de la Juliette (los mejores del Maresme, de largo) y después quedé con un amigo para visitar la exposición de Claudia Andujar en el KBr, el nuevo centro de fotografía de la fundación Mapfre, en el Puerto Olímpico. La verdad es que no había oído nunca hablar de Claudia Andujar pero como mi amigo es un amante del surf y de la naturaleza, y me dice siempre que le gustaría retirarse en Brasil, pensé que la expo sería de su agrado. Andujar es conocida por haber dedicado su vida a fotografiar y defender a los Yanomami, una tribu indígena del Amazonas, en peligro de extinción. El tema también me interesaba a mí: recuerdo haber estudiado a los Yanomami en clase de Antropología Social y Cultural, una asignatura obligatoria en el último año de Esade (para que luego digan que solo nos enseñan a ser unos capitalistas desalmados), y haberme quedado con las ganas de saber más.

La exposición me encantó. No solo por las obras que se exponían --desde los primeros retratos en blanco y negro de los Yanomami a los densos paisajes del Amazonas, coloreados como si fueran cuadros Pop, o las fotografías cargadas de denuncia social-- sino por haber descubierto la emocionante historia de esta gran mujer y fotógrafa brasileña. Claudia Andujar (Claudine Hass) nació en Suiza en 1931 y se crio  en Transilvania, en la actual Rumanía, hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial y emigró primero a Nueva York y luego a Brasil. En un documental que se proyecta en la sala, Andujar explica que su padre era judío y fue deportado a un campo de concentración y nunca más lo volvió a ver. Su primer novio, con apenas 12 o 13 años, también. “Fui su primer beso, y también el último”, recuerda Andujar con voz temblorosa, desde su salón de Sao Paulo. Su relato me emocionó, y no pude evitar que me brotaran las lágrimas. La mujer que tenía a mi lado también lloraba, o al menos eso me pareció cuando se retiró la mascarilla para secarse los ojos con un pañuelo.

“¿Qué la impulsó a acercarse y defender a los Yanomamis al llegar a Brasil?”, le pregunta el periodista brasileño que presenta el documental. Y ella, pensando bien cada palabra (el portugués no es su lengua materna) responde lo que ya ha explicado decenas de veces: que la pérdida de su padre y el resto de su familia judía en los campos de concentración nazi la impulsaron a acercarse a ellos, que en ellos encontró una familia, después de haber perdido la suya. “Estoy conectada con el pueblo indígena, con la tierra, con una lucha esencial. Todo eso me conmueve profundamente. Todo parece esencial. Quizás siempre busqué la razón de la vida en esa esencialidad. Así llegué a la selva amazónica, de modo instintivo, mientras me buscaba a mí misma”, dijo a la prensa cuando se inauguró la misma exposición en París.

Al salir le comenté a mi amigo que me había emocionado con el vídeo y le hice sentir mal, porque mientras yo lloraba, él había estado enviándose WhatsApp con su hija adolescente para que luego viniera con nosotros a comer una pizza. Su hija no está pasando un buen momento: su madre (la ex de mi amigo) murió hace un año de cáncer y ahora le está saliendo toda la tristeza y el dolor acumulado. No puedo imaginar el cóctel de sentimientos  (¿impotencia, dolor, rabia, soledad?) que genera perder a un padre o una madre siendo tan joven. Andujar decidió volcarse en los Yanomami para superarlo. Seguro que la hija de mi amigo encuentra su camino. De momento, el año que viene se marcha a estudiar el bachillerato a Canadá, cerca de Montreal, y está muy ilusionada. “La escuela está en un lugar precioso, te iremos seguro a visitar”, le dijo mi amigo antes de desaparecer por la puerta de la cocina. Ella dejó de morder pizza por un momento, entornó los ojos y me dijo, sonriendo: “En teoría no te dejan tener visitas, pero él seguro que vendrá”.