Ayer, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmaron un pacto de impacto que durará lo que duran los churros de chocolate calientes la madrugada de Año Nuevo, pelados de frío a las seis de la mañana y con una cogorza de padre y muy señor mío. Y más viendo cómo estaban los protagonistas: Iglesias, exultante, y Sánchez, con migraña.

El presidente del Gobierno en funciones dice que el acuerdo es para cuatro años; si son dos, ya puede darse con el canto en los dientes, ya que de noche tendrá pesadillas. Porque a las izquierdas no les pasa como a las derechas, que si sumaran estarían cuatro años gobernando. Los socialistas y comunistas sólo se parecen en lo formal: en el puño izquierdo en alto, el color rojo y la Internacional. Estos dos partidos históricamente se han llevado como el perro y el gato, porque persiguen los mismos electores.

Si Felipe González y José María Aznar mandaran, hubieran acordado un gran pacto como en Alemania entre socialdemócratas y democristianos. En España es más complicado que en Alemania, porque allí estos partidos democráticos habían sufrido el nazismo, pero en España hubo una guerra civil que los nietos tienen muy presente, y también los biznietos, porque esa guerra incivil no ha cicatrizado. González y Aznar no se podían ver por ideología y carácter, pero en estos momentos, ante la más grave crisis territorial que padece España, ambos líderes harían de tripas corazón e irían juntos.

Pero eso hoy es imposible, porque el PP tiene el aliento de Vox en la nuca. Y la evaporación de Albert Rivera, el Breve, que es el gran responsable de una inestabilidad política que sufrirán hasta los serenos; por eso Ciudadanos está muerto.

Intuyo que los separatistas y Vox están de acuerdo en esa maldición de que cuanto peor, mejor (los extremos siempre se juntan: los polos negativos se repelen).

Entiendo que los separatistas se alegran de lo que tan mal le va a España. Pero que no vean un haz de luz de esperanza, porque seguirán estando en la sombra.

La depresión de 2008 le dio a los estelados.