El Tribunal Supremo ha confirmado la multa de 155.000 euros y 5 años de inhabilitación impuesta al preboste socialista Juan Pedro Hernández Moltó, por las irregularidades cometidas durante su infausto caudillaje de Caja Castilla-La Mancha (CCM).

El alto tribunal ratifica, así, la pena de carácter meramente simbólico que le propinó el Ministerio de Economía, a propuesta del Banco de España.

Con esta resolución del Supremo se da prácticamente por cerrado el escándalo de CCM. A esta entidad financiera le cupo el dudoso honor de ser, en marzo de 2009, la primera que el Banco de España intervino durante la pasada crisis. Su saneamiento requirió un aporte de fondos públicos superior a los 7.000 millones de euros. CCM acabó sus días sin pena ni gloria, diluida en Liberbank.

Justo doce meses antes de la debacle, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, había largado en Nueva York una frase que dio la vuelta al ruedo celtibérico. “España posee el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional”.

El saneamiento de Caja Castilla-La Mancha requirió un aporte de fondos públicos superior a los 7.000 millones de euros

Tan sólo cuatro años después de tan preclara aseveración, las cajas de ahorros, que representaban casi la mitad del sistema nacional, habían desaparecido de la faz de la tierra.

A comienzos del presente año, la Audiencia Nacional dictó sentencia por el desplome de CCM. A Hernández Moltó se le consideró responsable de un delito societario de falsedad contable. Por él le cayeron dos años de cárcel, más una liviana multa de 29.970 euros.

En el curso de la vista oral, el individuo demostró tener un rostro de hormigón armado. Llegó a asegurar, sin ruborizarse, que sus funciones como presidente se constreñían a ejercer de simple "animador sociocultural" de la institución. También sostuvo que su gestión había sido inmaculada. Ya en pleno delirio, llegó a proclamar: "La caja se hundió sencillamente porque murió de pena".

Moltó debe ser víctima de una amnesia pertinaz. Olvidó mencionar que bajo su mandato, CCM se lanzó a una insensata política de expansión. Destinó miles millones a financiar a promotores inmobiliarios, algunos de ellos implicados en el contubernio Malaya, que pronto se revelaron insolventes.

Así mismo, respaldó accionarialmente y con créditos diversas iniciativas industriales y de infraestructuras, de viabilidad más que dudosa.

Entre ellas destaca con peso propio el fantasmal aeropuerto Don Quijote, de Ciudad Real, un "monstruito" que engulló más de 550 millones de euros.

Ni un solo presidente o director general ha ingresado en prisión, pese a que el Estado ha tenido que poner encima de la mesa 50.000 millones de euros --previamente sangrados a los contribuyentes--, para evitar que las cajas de ahorro se hundieran

Las instalaciones se inauguraron en 2008. Dos años después, la sociedad titular del invento entraba en suspensión de pagos. En 2010 se cerró el recinto. Hace pocos meses se sacó a subasta. La puja más alta fue de 56 millones. El resto de la inversión jamás se recuperará.

Pero por encima de los motivos transcritos, hay otro que explica con precisión quirúrgica el infortunio de CCM. Reside en que a su cabeza se había encaramado, como supremo jerarca, un líder político. Por cierto, lo mismo ocurrió en las otras cajas que protagonizaron los descalabros de más bulto, como Bankia, Caixa Catalunya y la alicantina CAM.

La exigua pena aplicada al gerifalte de CCM no es la excepción. Constituye la nota común en todas las peripecias que se han ventilado ante los tribunales. Ni un solo presidente o director general ha ingresado en prisión, pese a que el Estado ha tenido que poner encima de la mesa 50.000 millones de euros --previamente sangrados a los contribuyentes--, para evitar que las cajas de ahorro se hundieran.

Hemos sufrido el mayor batacazo financiero habido nunca en España. Su asombrosa secuela es el ridículo coste que ha acarreado para quienes provocaron las calamidades. En algunos casos su importe resulta completamente nulo. En otros roza lo irrisorio. Hernández Moltó encarna el vivo ejemplo de tan aborrecible lenidad.